CECESAM 2007 - SEGUNDO SEMESTRE - Cs 2: SOCIOLOGÍA.

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Cs 2 - DOCUMENTO 04.

 

TEMAS ACERCA DE CUESTIONES SOCIOLÓGICAS.

 

LECTURAS PARA EL PRIMER DÍA: 

DESDE PÁGINA 01, HASTA PÁGINA 07.

 

Introducción al problema metodológico

1. El objeto de la sociología

A) Sociología enciclopédico-sistemática

     Toda la historia, no larga, de la formación de la Sociología es, en esencia, la historia descrita por los sucesivos intentos de encontrar el objeto propio de la misma con el cual pudiera constituirse como ciencia independiente.

     Los fundadores de nuestra ciencia consideraron a la sociedad en bloque como el objeto propio de la Sociología, y fue su consecuencia el carácter enciclopédico que tomó en su primer momento. La sociedad venía a confundirse con el concepto amplísimo de humanidad, o era, en caso de intentar mayor precisión, un campo indeterminado, en donde entraban todos los fenómenos de la cultura. Por eso, cuando la Sociología no tenía un marcado carácter de filosofía de la historia, aparecía entonces como una enciclopedia o síntesis de todas las ciencias sociales.

     Los sucesivos intentos llevados a cabo para poder considerar a la Sociología como ciencia aparte, junto a las demás ciencias sociales, fueron efectuándose por la inserción de la Sociología en los métodos de otras ciencias ya constituidas, que se tomaban como punto de apoyo o como modelos. Como es sabido, fueron las ciencias naturales las que, en un momento, tuvieron ese carácter de ciencias ejemplares ante la nueva ciencia en formación.

     El paso definitivo fue dado por aquellos pensadores que se esforzaron por eliminar de la Sociología sus pretensiones [202] enciclopédicas y por encontrarle un objeto más restringido, que le fuera, al mismo tiempo, peculiar. Ya se ha dicho que fueron Durkheim en Francia y Simmel en Alemania los que se plantearon el problema con mayor rigor.

     De estas dos direcciones nos interesa ahora especialmente la que deriva del pensador alemán, porque, aunque sus principios metódicos pueden ser hoy día discutidos, ha incorporado, quizá definitivamente, a nuestra ciencia algunos conceptos susceptibles de posterior reelaboración.

     En esencia, lo que tanto Durkheim como Simmel hicieron, fue renunciar al concepto amplísimo de sociedad, para enfrentarse con la existencia de las diversas sociedades en particular.

B) Sociología formal

     Simmel, en la persecución de este problema, concibió a la Sociología como ciencia formal. En ello fue fiel a la actitud filosófica, y más aún a la corriente metodológica de su época.

     Como antes se ha dicho, ante una ciencia joven que, por abarcar demasiado en su afán enciclopédico, delataba ya su vicio constitucional, pero que nacía por la exigencia del conocimiento ante nuevos fenómenos (si no nuevos, ahora relevantes, Simmel se planteó con todo rigor el problema de su constitución definitiva, fijándole un objeto que le fuera peculiar y exclusivo. Fue su resultado la formulación de la Sociología como teoría de la socialización. A la sociedad se opone, pues, ahora, el hecho de la socialización. [203]

     La vieja sociología enciclopédica, penetrando en el campo de las diversas ciencias sociales (ciencia del estado, economía, demografía), venía a ser una absorción de todas ellas o una síntesis de las mismas. Si la Sociología quería constituirse como ciencia independiente, tenía que encontrar un campo propio que aquéllas no trataran. Ahora, esto no significaba la imperiosidad de encontrar un objeto nuevo, antes no descubierto, sino, quizá, tratar aquellos ya investigados, sometiéndolos a una distinta abstracción que descubriera en ellos una perspectiva peculiar, y esto sería entonces lo que diera lugar al concepto unitario y ordenador de la nueva ciencia. La abstracción que se realizaba consistía en separar forma y contenido de la vida social.

     Todo hecho social, del más sencillo al más complejo, es un resultado de la acción recíproca entre hombres; desde la amistad al estado, los hombres viven ejerciendo y recibiendo influencias de otros hombres, actuando y sufriendo acciones ajenas. Cierto que esta serie de influjos y actos es producto de los afectos, pasiones, intereses y fines de los hombres que los realizan; pero lo que a la Sociología interesa de los fenómenos sociales, lo que le interesa, en general, de la sociedad, no es la investigación de cuales sean esos intereses, impulsos y fines, y cómo se manifiestan, sino el nexo que crean en la vida de relación de los hombres; es decir, la figura que desarrolla la acción recíproca entre los individuos. Esta figura o nexo es la forma de los fenómenos sociales; su contenido es aquel material humano de impulsos e intereses, de voluntades y fines.

     Semejante separación de forma y contenido, que es pura abstracción de una realidad individual, es lo que da a la Sociología el punto de vista para intentar un sistema [204] en donde se analicen y ordenen las formas de socialización; pero para que esto sea posible, se exige que estas formas puedan construirse con independencia de su contenido, o sea, que no dependan del material que conforman. La justificación de este punto de vista, según Simmel, nos la da la experiencia con dos series de hechos paralelos: al mostrarnos, por una parte, «el que una misma forma de socialización se presenta con contenido totalmente distinto, para fines completamente diversos»; y que los mismos intereses aparecen realizados en diversas formas de socialización. Así, la competencia se presenta con el contenido más diverso (económico, político, intelectual, etc.), O bien, en el caso inverso, vemos cómo se realiza el interés económico dentro de las formas más distintas (economía liberal o economía planificada, etc.). Justificado el punto de vista, queda, por tanto, legitimado el sistema de la Sociología: «determinación, ordenación sistemática, fundamentación psicológica y evolución histórica de las formas puras de socialización».

     El paradigma científico de la Sociología era, por eso, la Geometría. Con Simmel se realiza aquí -dicho sea entre paréntesis-, a través del neokantismo de su época, uno de los últimos intentos absorbentes del pensamiento matemático, norma ideal del saber desde el Renacimiento. A la Geometría no le interesa la materia que pueda llenar su forma espacial «cubo»; de modo idéntico, a la Sociología sólo le interesa la forma social tercius gaudens, cualquiera que sea la realidad humana concreta en que pueda encarnar. «La Sociología... está, pues, con las demás ciencias especiales, en la relación en que está la Geometría con las ciencias físico-químicas de la materia... Tanto la Geometría como la [205] Sociología abandonan a otras ciencias la investigación de los contenidos que se manifiestan en sus formas o de las manifestaciones totales cuya mera forma la Sociología y la Geometría exponen.»

     Llevado por esta tendencia, y es uno de sus aciertos geniales, Simmel dedicó su mayor interés «a los procesos infinitamente pequeños de la vida social, relegando procesos y organizaciones más elevados y complicados»: las llamadas por él organizaciones de existencia abstracta (iglesias, pueblos, estados, etc.) La Sociología, decía, ha propendido hasta ahora a estudiar, casi exclusivamente, esas grandes organizaciones, porque parecían constituir, por sí mismas, toda la sociedad; pero, lo mismo que el animal no está constituido sólo por sus grandes órganos (pulmones, cerebro, corazón, etc.), la sociedad no se compone solo de esas grandes organizaciones, sino que comprende el conjunto enorme de los procesos menores de acción recíproca que todos los días tienen lugar entre los hombres y que no llegan a cristalizaciones tan evidentes. Las relaciones, muchas veces insignificantes, con que un hombre trama su existencia cotidiana, naciendo y modificándose de un modo incesante, son, quizá, las que más nos ligan con otros y forman el entresijo a que la sociedad debe su elasticidad y permanencia. Son, por eso, las relaciones que nos muestran la sociedad en statu nascendi, en su originación continua de todos los días. A ellas debe aplicarse el método adquirido, para encontrar con él las formas de socialización que significan.

     Toda la obra de Simmel está dedicada a estudiar esas clases de relación en apariencia insignificantes. Esto hace que su principio metódico salga aparentemente justificado, con resultados fecundos, porque en esas relaciones sencillas es, hasta cierto punto, posible una separación [206] que en relaciones y organizaciones más complejas no es casi nunca fácil llevar a cabo, y en las que es siempre dudoso que, sin variación en su contenido, puedan realizarse plenamente a través de formas distintas.

     Naturalmente, el punto de ataque de la obra de Simmel es su distinción metódica entre forma y contenido. Como antes hemos indicado, responde a la situación espiritual de su época; pero la separación de forma y contenido aparece ya, aun desde el puro campo de la lógica, completamente insostenible. Sin poder entrar a fondo en esta cuestión, la mayor parte del pensamiento actual se inclina a considerar imposible la existencia de una forma pura del pensamiento, ya que, en general, todas las formas lógicas han de adaptarse al objeto que cobijan. En ese sentido, todas tienen un contenido mayor o menor. En último extremo, el problema de la relación de forma y contenido, se suele considerar ahora como un problema de relatividad, de mayor o menor formalización.

     Desde el punto de vista sociológico, se han señalado dos peligros en ese intento: uno, el de que se tomen determinadas formas de las relaciones sociales, como derivadas de la naturaleza de la sociedad o del hecho de la reunión de varios individuos, cuando, en realidad, proceden de causas de carácter histórico-psicológico o de muy precisos intereses humanos; y otro, el de que formas al parecer idénticas se imputen a causas iguales. La consecuencia de los dos peligros es la misma: la de que el sociólogo, obsesionado por las puras formas de la socialización, resbale por encima de la verdadera realidad y que, por eso, aparezcan sus conceptos inadecuados y sin valor descriptivo ni explicativo. [207]

     En último extremo, se ha dicho que esta pretensión formalista de la Sociología no obedece sino a la necesidad inmanente de toda ciencia, que es siempre formalista en el sentido de que de la diversidad de los fenómenos sólo le interesan determinados datos, operando, por tanto, siempre, una abstracción.(50)

     El segundo carácter que hace incompleta la posición de Simmel es su predisposición individualista, que deja en segundo término las grandes formas sociales en las que el individuo está incluido desde su nacimiento, y que son, en cierto sentido independientes de él. Es decir, su atención primordial por los procesos infinitamente pequeños, relegando a segundo plano las estructuras sociológicas de más importancia, a las que, además, da un carácter de existencia abstracta que desconoce su significación histórica y concreta.

     Con todo, su teoría de las relaciones, aunque se lleve a cabo en forma distinta, parece ganada definitivamente para la Sociología. Pero ya alguna vez hemos indicado que esta teoría subraya un punto de partida para la comprensión del mundo social que necesita ser complementado por la opuesta, o sea, que la teoría de las relaciones necesita ser complementada por las teorías de los grupos y de las estructuras histórico-sociológicas.

     La objeción, sin embargo, fundamental a la escuela formal en Sociología, es la de que ha pasado de largo sobre la naturaleza misma de los fenómenos sociales. El progreso hacia la constitución definitiva de la Sociología sólo ha podido lograrse cuando se ha precisado el carácter y naturaleza de la realidad social. En el país de Simmel, los ensayos más afortunados en aquel esfuerzo se han hecho en la dirección de Dilthey y se deben especialmente [208] a Freyer. La Sociología, como ciencia real, viene a resolver la cuestión batallona en el pensamiento alemán respecto a su inclusión, ya en las ciencias del espíritu, bien en las de la naturaleza.

     En la sociología americana, el proceso de este problema había sido distinto, pero también allí en estos últimos años, se está cuajando la solución de que la Sociología tiene que ser, al mismo tiempo, ciencia natural y ciencia del espíritu, como es espíritu y naturaleza, al mismo tiempo, el hombre, soporte, con su vida, de todas las formas sociales.

C) Sociología histórica

     Si nos atenemos a la opinión vulgar, vemos que ésta no duda en designar inmediatamente a ciertos fenómenos, como constitutivos de objetos y problemas sociológicos. Nadie vacilaría en afirmar que un sindicato, un partido, una clase, un círculo deportivo, constituyen una serie de fenómenos susceptibles de ser calificados como materia de investigación sociológica. La idea popular de la Sociología ha llegado a considerar, bajo tal concepto, todo lo que de algún modo se refiere a la realidad social. En este sentido, si la idea vulgar, por una parte, contribuye a que bajo la capa de la Sociología se encubra un conglomerado monstruoso, que se refleja en la prensa con admisión de rúbricas omnicomprensivas, por otra parte, supone una intuición acertada, aunque confusa, que el análisis científico ha de aclarar, ya que, en efecto, la Sociología es la ciencia de la realidad social.

     ¿Cuáles son las características de esta realidad social y de las cosas que la integran? ¿Cuál es el modo de abordar científicamente el conocimiento de esta realidad? [209]

     Esta realidad se extiende ante nosotros en forma de ciertos hechos y de ciertas instituciones. Cada uno puede, partiendo de su individualidad, ir señalando la trama de las instituciones en que se desarrolla su vida o en que podría desarrollarse, en otro caso. La familia en que se ha nacido o que se crea, la profesión que se ejerce, la situación social o clase en que uno se halla, la nación a que se pertenece, las asociaciones que nos facilitan algún deporte, etc., todos son ejemplos de hechos sociales que, entre otros muchos, constituyen elementos de la vida cotidiana de cualquier hombre.

     Ahora bien: ¿cuál es la realidad de estos fenómenos sociales? En primer lugar, todos ellos (familia, clase, nación, círculo deportivo) son hechos sociales que se nos presentan con cierta consistencia, es decir, con alguna exterioridad con relación a nosotros, y, en segundo lugar, tienen todos ellos una estructura determinada, o sea, tienen ante nosotros determinados contornos, mediante los cuales se individualizan y son conocidos. Insistiendo sobre estas dos notas, y analizándolas con mayor precisión, ponemos al descubierto la naturaleza especial de la realidad de los hechos sociales.

     El contorno con que nos enfrentan es de distinta naturaleza que la de un paisaje, un cuadro o una sinfonía, por ejemplo, ya que la forma de todos estos fenómenos sociales es menos rígida y menos plena que la de los objetos citados. Comparándola con la forma de los objetos artísticos, vemos que éstos están encerrados siempre en un contorno preciso e invariable, mientras que las instituciones sociales que nos parecen más fijas están sujetas a variaciones constantes que las modifican en algún sentido. [210]

     Lo mismo ocurre con el hecho de la exterioridad con relación a nosotros. A los objetos naturales los encontramos fuera de nosotros, y los productos artísticos, que son creaciones de la propia vida del hombre, una vez creados salen, en rigor, de esa vida y quedan en la Historia con una dimensión propia. La familia o la nación son, en cambio, formas de nuestra vida, es decir, modos determinados que nuestra existencia toma al realizarse. En ellos entramos con todo lo que nuestra vida es: apetencia, voluntad, espíritu; ellos sólo existen por nosotros, y sin ellos nuestra propia biografía no tendría realidad. En una palabra: nuestra vida, como destino, es también el destino de todas esas formas e instituciones. Por eso es por lo que son relativamente externas a nosotros. Nunca se podrá lograr la separación y la distancia de nosotros que tenemos con los objetos naturales o con los productos de nuestra actividad artística. Como formas de vida, no es posible salir del todo de ellas ni contemplarlas como un cuadro, entornando los ojos para adecuar mejor la mirada.

     En consecuencia, como objetos de conocimiento, son de naturaleza singular, pues, nos encontramos a nosotros mismos en una tarea incesante de ejecución. El hombre se encuentra a sí mismo en el fondo de los objetos artísticos, en lo que tienen de expresión; pero en los objetos sociales el hombre se encuentra también dentro de ellos, en lo que son objeto de continua ejecución humana. Dunkmann ha dicho que el sociólogo no se encuentra como el contemplador de un río desde su orilla, sino como el nadador que en él bucea, que se afirma en él y es, al mismo tiempo, una fuerza más en la totalidad de su curso. «No se trata aquí del enfrentamiento de una forma plena y de un sujeto que capta; en este caso, la luz [211] del conocimiento, semejante a un reflector, se proyecta sobre un suceder del que forma parte el que conoce de un modo existencial y en el que coopera y padece con los otros.» (Freyer.)

     Lo descubierto es, por tanto, que todos los hechos sociales son formas de nuestra vida; que su realidad es una realidad vital. De esta naturaleza se desprende una característica esencial: la de que, como formas vitales, están sujetas al transcurso; la de ser historia; la de estar penetradas por el avance sucesivo de los distintos momentos del tiempo, ya que nuestra vida, en esencia, no es otra cosa que historia. Pasado, presente y futuro, son(51) los momentos irreversibles en que transcurre la vida, y nada que pertenezca a ella puede escapar a ese transcurso.

     La esencia, pues, de las formas sociales como formas vitales es su historicidad. Esta historicidad de las formas sociales no significa sino que cada una de ellas tiene un momento determinado de nacimiento, que puede ser fijado con los hitos del tiempo. Cada una de ellas está en conexiones reales e ideales con las formas que le han precedido y seguido en la marcha histórica. Cada forma social nace por desarrollo, ruptura, aniquilamiento o transformación de otra históricamente anterior, y puede dar origen, por igual diversidad de procesos, a una forma social posterior. Esto es lo que determina la imposibilidad de formas sociales de valor permanente y el que cada una de ellas esté en un equilibrio inestable, en cuanto penetradas por fuerzas contradictorias y por llevar en su seno, en un posible momento de plenitud, todas las tendencias de las formas que pueden sucederla.

     El hecho de la historicidad de las fuerzas sociales no prejuzga de su extensión en el tiempo. Pueden unas llenar [212] breves años, pero también otras extenderse por centurias y épocas. Lo esencial es que los fenómenos y formas sociales no pueden ser desprendidos del tiempo, no deben ser separados de las series de sucesión. Es esto lo que impide todo intento de construir un sistema de formas sociales de valor intemporal.

     Ahora bien: el que los fenómenos e instituciones sociales sean formas de vida, explica el por qué la Sociología ha tenido como preocupación esencial la comprensión de la realidad social contemporánea, pues de todas estas formas de vida, las que tienen que interesarnos de un modo máximo son las formas de nuestra vida, las que están unidas a nuestro tiempo. El conjunto de ellas representa nuestra situación sociológica, o sea, una parte de nuestra circunstancia.

     Abiertos a la vida, y como una parte de la totalidad de nuestra circunstancia, nos encontrarnos ante un conjunto de formas e instituciones sociales de las que formamos parte, y ante otras que nos rodean; pero unas y otras integrando nuestro contorno social como un mundo en el que nos sabemos inmersos. Lo importante, sin embargo, es que en lo futuro la continuidad o la variación de estas formas sociales va a depender de nosotros mismos. Nacidos dentro de una forma familiar, podemos, a lo largo de nuestra existencia, transformarla o mantenerla permanente en la estructura con que nos fue legada. Igualmente podemos contribuir a la continuidad o variación de las formas de un estado, etc. En este sentido es por lo que se había dicho antes que el destino de estas formas estaba unido a nuestro propio destino.

     El que un cierto número de formas nos haya sido dado, confirma la historicidad que antes dijimos constituía su esencia. Algunas pueden alcanzar nuestro presente, [213] luego de un transcurso histórico que puede venir de muy lejos. El estado que conocemos, por ejemplo, nace en un momento determinado y ha sufrido, desde entonces, transformaciones: es una forma que ha sucedido a otro tipo de estado, y así hasta dibujar una serie determinada. Ahora bien: toda esa serie, todos esos tipos de estado confluyen en la forma del estado actual en que nos encontramos, y lo mismo podríamos decir de otra forma social. En este sentido, las situaciones del pasado, penetrándose unas a otras, vienen a desembocar en la situación de nuestro presente y a reflejarse, al fin, en el juego de posibilidades que es nuestro futuro.

     En consecuencia, nuestra situación sociológica actual es un miembro último de una serie histórica y, por otra parte, en cuanto nuestra circunstancia es la forma de nuestra vida, y en sus instituciones y fenómenos particulares es una continua apelación a nuestra voluntad y a nuestros impulsos ante el futuro.

     En estos momentos se hace visible el valor de la Sociología como orientación para nuestra vida, en cuanto que el conocimiento de la realidad social en que nos encontramos significa un darse cuenta de su estructura general y de sus manifestaciones particulares. ¿Cuál es la constelación de fuerzas y formas sociales de nuestro tiempo? ¿Cuáles son las condiciones sociales de nuestra existencia? ¿Qué es lo que constituye el basamento histórico de nuestra realidad? La Sociología, al intentar contestar estas preguntas, viene a ser la «autoconciencia científica de un presente humano» (Freyer).

     Si la vida es en sus elementos radicales -como expresa Ortega y Gasset- circunstancia y decisión, conjunta de posibilidades y elección entre ellas, el conocimiento, lo más riguroso posible, de nuestra circunstancia [214] social, sin que pueda sustituir el hecho de la decisión, será, al menos, una profundización de sus motivos.

     El que los fenómenos sociales sean formas de vida origina dos consecuencias fundamentales para nuestra ciencia: una, el que la Sociología sea una ciencia de la realidad, de una realidad que es distinta de la de la naturaleza y de la de los productos de la cultura, es decir, de una realidad vital; y otra, el que el sistema mismo de la Sociología sea, en su parte central, un sistema de las grandes estructuras sociales que se han sucedido históricamente.

2. Sociología y psicología

     Se ha dicho repetidamente que la Sociología en el proceso de su formación, ha ido apoyándose en distintas ciencias para la construcción de su propio sistema, antes de haber logrado un objeto peculiar que la desprendiera como ciencia independiente al lado de las demás. Una de estas ciencias, ya formada, con quien se confundió la Sociología en sus primeros tanteos, ha sido la Psicología.

     El intento de explicar mediante conceptos psicológicos las relaciones sociales tenía que llevar a la Sociología, bien a confundirse con la psicología social, bien a incurrir en una fundamentación psicologista. El psicologismo sociológico consiste precisamente en la conversión de los conceptos, categorías y métodos sociológicos, en conceptos y explicaciones puramente psicológicos.

     Es posible que, excepto Tarde, no hayan existido representantes puros de esta tendencia, pues los demás sociólogos de tendencia psicológica, sobre todo los fundadores de la sociología americana, empleaban, junto a principios fundamentales de aspecto psicológico, conceptos y categorías de específico carácter sociológico (por ejemplo, Ward, etc.).

     Tal como se ha entendido la realidad social objeto de la Sociología, no parece difícil encontrar una solución al problema de las relaciones entre Sociología y Psicología. Por lo menos, en sus líneas generales. Esa solución consistiría en afirmar el carácter específico y autónomo de los conceptos y métodos sociológicos, pero reconociendo, al mismo tiempo, que éstos han de ayudarse muchas veces con los resultados de la Psicología, tanto individual como social. Es más: que esa ayuda es en muchos casos imprescindible.

     Considerando que todas las formas sociales no son más que formas de vida, se desprende como uno de sus ingredientes la actividad psíquica de los individuos que en ellas participan y viven. Por eso, tanto las estructuras histórico-sociológicas como los fenómenos colectivos, como incluso las simples relaciones aisladas, tienen en sí un contenido psíquico que ha de ser recogido por la explicación sociológica, si quiere penetrar plenamente en la naturaleza de su objeto.

     En una teoría de las relaciones puramente objetivas se podrá prescindir de los móviles y raíces psíquicos de las actividades individuales, pues en su deseo de permanecer en un plano trans-subjetivo, sólo le interesa la manifestación externa de esa actividad, o sea la conducta. Se interesará, todo lo más, por los estímulos externos ante los que se reacciona en la conducta. Ahora bien: se ha dudado que una concepción objetivista llevada con extremo rigor pueda explicar en su integridad muchos fenómenos de la vida de relación humana. Las sugestiones de la psicología profunda son, en este caso, de gran [216] interés. Basta referirse a los casos de engaño, reservas mentales, relaciones de pura cortesía, etc., para darse cuenta que hay en todos estos tipos de relaciones un trasfondo psíquico que no corresponde a lo manifestado en la conducta externa. En un momento determinado puede, pues, interesarle al sociólogo traspasar los límites de la conducta externa para bucear en posibles motivaciones íntimas de carácter irreductible, o encontrar otros estímulos antes desconocidos. Esto no prejuzga nada el valor de cualquier posible doctrina psicológica.

     Veamos un ejemplo: las relaciones de subordinación no siempre tienen el mismo contenido psíquico, aunque externamente se presenten en una forma idéntica. Lo que esa relación de subordinación suponga, en un momento dado, dependerá de la situación psíquica de los individuos que en ella participen, es decir, de cuáles sean los motivos, los estímulos, los caracteres, etc., en cuestión. Una vez se tendrá al sentimiento del temor como aglutinante fundamental, mientras que en otros casos puede encontrarse que éste consiste en un sentimiento de amor, de admiración, etc. En todos estos casos, la Sociología tendrá que apoyarse en los resultados que desde otro punto de vista obtiene la psicología social.

     Así, por ejemplo, la Sociología emplea el concepto de distancia social, tratando en muchas ocasiones de fijar el grado de proximidad o alejamiento implícito en una determinada relación social. ¿Podrá creerse que es indiferente para la relación social estudiada la naturaleza de los impulsos y motivos que la producen? En algún instante puede, más bien, interesar al sociólogo su conocimiento. En ese caso tendrá que llamar en su ayuda a las investigaciones de la psicología social. Véase el esquema de Hellpach, escogido al azar entre otros. Para [217] este psicólogo, los impulsos que actúan en toda relación interpsíquica pertenecen a una de estas cuatro clases: 1ª, impulsos que tienden exclusivamente a unir: curiosidad, amor, deseo; 2ª, impulsos que tienden exclusivamente a separar: odio, asco, apetencia de soledad; 3ª, impulsos que tienden a separar, merced a una unión o trabazón antecedente: todos los fenómenos de saturación psíquica, y, 4ª, impulsos que tienden a la unión a través de una separación existente: la nostalgia, por ejemplo.

     En la teoría sociológica de los grupos, gran parte de sus materiales son de naturaleza psicológica. Y así, en efecto, las escuelas sociológicas en que predomina la atención por lo colectivo, cuando no se apoyan en concepciones metafísicas, son aquellas en que la Sociología tiende más a confundirse con la psicología social. Fenómenos tales como los de espíritu de grupo, alma colectiva, voluntad colectiva, etc., son en realidad, manifestaciones sociológicas cuyo último análisis corresponde a la psicología social. Ahora bien: no se entienda por esto que se niegue la existencia de conceptos puramente sociológicos referentes a lo colectivo. La teoría de los grupos, en efecto, no se agota con la explicación de los fenómenos psicológicos reseñados u otros semejantes.

     Las relaciones entre la Sociología y la Psicología no acaban tampoco aquí. En la misma teoría de las estructuras histórico-sociológicas, la conexión entre ambas disciplinas sigue manifestándose con igual interés.

     Se dijo en otra parte que las formas sociales, como formas de vida que son, presentan un matiz de singular dinamicidad, pues dentro de sus contornos transcurre el proceso continuo de la vida misma, manteniéndola en un equilibrio inestable.

     El acontecer social no se realiza sólo a través de grandes estructuras, sobre el telón de fondo de la Historia, sino que esas formas son, en sí mismas, un puro acontecer menos visible. Tal acontecer no es otro que el de la actividad psíquica de los hombres que las mantienen o que forman parte de ellas; en este sentido, la Sociología tiene que recoger las manifestaciones peculiares de esa actividad dentro de cada una de las estructuras sociales.

     Las relaciones, por tanto, entre la Psicología y una sociología histórica ya estructural, bien meramente descriptiva, se resumen en estas tres afirmaciones: 1ª, Toda estructura e institución social tiene una coloración psíquica propia. 2ª, Contenido psíquico y forma social se condicionan recíprocamente. 3ª, Toda forma social en disolución es un campo abonado para trastornos y transformaciones psíquicas individuales (Freyer). Dejando aparte este último punto, veamos lo que los anteriores significan.

     Estudiamos, por ejemplo, la familia, la profesión o el estado. Si en nuestra investigación nos contentamos con la obtención de conceptos que se limiten a darnos la figura compuesta por la relación determinada en que estén sus elementos integrantes, no lograremos un conocimiento sociológicamente completo, porque el tejido íntimo de cada una de esas formas sociales está formado por la actividad psíquica de los hombres que las sustentan, y esa actividad es muy distinta en cada una de las instituciones o formas de la vida social. Dicho de otra manera: el fundamento de existencia de toda forma social está en la serie de procesos psíquicos que desarrollan los hombres, cuya conducta integra la forma de que se trate. Ahora bien: en cada forma social, los [219] hombres suelen poner una parte distinta de su personalidad, o sea, desarrollan una actividad anímica diferente. Piénsese en las actividades psíquicas, bien distintas, que el hombre despliega en la familia o en la profesión; de qué manera la ternura y la piedad, que en la familia dominan, invalidarían las exigencias de obra o de ganancia que la profesión lleva consigo. Por consiguiente, los conceptos sociológicos de familia o de comunidad, por ejemplo, no estarían sociológicamente logrados si, a más de la estructura que ambos significan, no recogieran la especial actividad psíquica que en cada una de ellas desarrollan los individuos que las crean. Se trata siempre de lo que se ha llamado la coloración psíquica de las estructuras sociológicas.

     Más importante es la segunda conexión antes aludida, entre estructura y contenido psíquico, o sea la relación de condicionamiento recíproco en que la estructura sociológica y el contenido psíquico se encuentran.

     No sólo se trata de que una forma social esté llena de un contenido psíquico determinado, sino que cada forma o estructura exige un contenido psíquico especial e invoca, por decirlo así de un modo peculiar, determinados procesos psicológicos. En este sentido, toda variación por causas externas de la estructura social demanda una variación correspondiente en su contenido psíquico, y, al contrario, cualquier variación en la actividad psíquica de los hombres, mantenedora de una forma social, repercute, al fin y al cabo, en esa misma forma, transformándola.

     Con todo esto queda bien en claro que en la formación de los conceptos sociológicos no se trata de un añadido de resultados dados por la psicología social a una estructura previamente obtenida, sino que es exigencia [220] fundamental para el sociólogo que en la formación de sus conceptos tenga en cuenta esa conexión necesaria que se da entre la forma social y el proceso anímico que la sustenta. Por ejemplo, las variaciones en las formas concretas de la familia, dependientes, tal vez, de factores económicos, no pueden ser concebidas sin variaciones correspondientes en sus contenidos emocionales, y a la inversa.(53)

     En resumen, la Sociología, ante cada forma o institución social, tiene que plantearse el problema de las maneras que tiene el hombre de participar psíquicamente en ellas. ¿Con qué parte de nuestro ser espiritual entramos en cada una de esas formas? ¿Qué tipo de sentimiento nos exige? ¿Qué formas de voluntad? ¿En qué medida participa la inteligencia? Aún más: ¿qué tipos de hombre se exigen para el logro de una forma social? O bien: ¿qué tipos de vocación alientan y protegen una situación social determinada, o cuáles, al contrario, la ponen en trance de malograrse, o al menos la dificultan en gran manera?

     El hecho fundamental, pues, es el de que no puede haber forma social, institución o grupo, que no sea el resultado de una integración incesante de las actividades psíquicas de los individuos que las componen, y que aquéllas sólo viven en la medida en que esa integración se repite en todos los momentos de su existencia.

     Las instituciones sociales con larga tradición y de carácter formal y rígido pueden persistir algún tiempo con apariencia de plenitud, aunque les falte el contenido anímico que las sostiene; pero todo ese tiempo en que [221] perviven por una cierta inercia son ya hueca caparazón y fachadas de su pasado.

     En las ciencias sociales, la atención se ha dirigido primordialmente a esas grandes formas sociológicas. La nación, se ha dicho, es un plebiscito cotidiano; el Estado, una integración despertada por un proyecto incitante de futuro, etc., etc. Pero esto es válido igualmente para todas las demás.

     En resumen, la Sociología no puede comprender plenamente la realidad social objeto de su estudio sin la ayuda de los datos de la Psicología y muy especialmente en su rama social. Lo cual no significa, repetimos, la conjunción, en ningún momento, de ambas disciplinas. La Sociología tiene que huir del peligro psicologístico, con la conciencia de la peculiaridad de sus conceptos y categorías, nunca derivables meramente de datos psicológicos.

     En este sentido, la Sociología tiene que seguir con vivo interés los progresos de la psicología social. Por eso, y como un apéndice a la cuestión que tratamos, va a exponerse luego, en sus líneas generales, el estado actual (1935) de esta nueva rama de la ciencia psicológica.

3. Sociología e historia

     I. La fijación de límites entre estas disciplinas es, sin duda, mucho más difícil que la intentada entre Sociología y Psicología. La construcción de la Sociología ha oscilado entre una posición dinámica unas veces y estática otras. Ya la explicación de estas oscilaciones constituye un problema sociológico, pues corresponde cabalmente a la distinta situación social en que unas y otras se desarrollan [222] y surgen. La construcción de la Sociología como un sistema, es decir, como un conjunto de conceptos y categorías permanentes y válidos para todos los tiempos, ha correspondido siempre a épocas de estabilidad social; en cambio, la atención primordial hacia el carácter dinámico e histórico de lo social ha predominado en las épocas en que la estructura social aparecía en estado de disolución y transformación, y en este sentido observada y estudiada por sociólogos, que habían de considerarla, en consecuencia, como negativa y de transición. Naturalmente, el problema de la división entre la Sociología y la Historia, apenas si se presenta en los sociólogos del primer grupo, que buscan, ante todo, las leyes y elementos de construcción del cuerpo social y que presentan sus resultados como un sistema válido para toda época. Esta posición es eminentemente anti-histórica. Las leyes y conceptos encontrados se apoyan ya en determinados caracteres permanentes de la naturaleza humana, bien en la «esencia» misma de los objetos estudiados. Son, por tanto, leyes y conceptos «esenciales» que no se modifican en el proceso histórico; antes bien, en cada uno de los momentos de éste tienen idéntica validez, cualesquiera que sean las diferencias de detalle.

     El problema, en cambio, se presenta con caracteres completamente distintos en las actitudes que atienden al carácter histórico de la vida social, es decir, que consideran a ésta en su proceso permanente. En esta posición es donde se producen las confusiones entre Sociología e Historia, y donde la Sociología se convierte en una filosofía de la historia o la Historia misma en una Sociología. Estas conversiones son, en efecto, los dos puntos extremos que manifiestan la confusión entre Sociología e Historia. [223]

     La asimilación de la Sociología a la Historia y su conversión en filosofía material de la historia, en estricto sentido, es la posición típica de los sistemas clásicos de la Sociología de Comte a Marx. La Sociología se presenta en estos sistemas como filosofía de la historia. Las categorías y conceptos sociológicos son, a su vez, categorías y conceptos de una determinada interpretación y comprensión de la Historia. Se considera a la sociedad en todos estos sistemas como un proceso y se pretende encontrar las leyes que le regulan y dirigen. Predomina, pues, la concepción dinámica de la Sociología y sus conceptos son, a su vez, conceptos dinámicos que tratan de apresar la fluencia, desarrollo y transformación de la vida social. No importa para nada en este instante el que la mayoría de estos sistemas tradicionales acaben con la fijación de un momento en el que ese proceso de la Historia queda paralizado, abriéndose una era que ha de ser regida en adelante por determinados principios de validez permanente.

     En lo que difieren estos sistemas que confunden la Sociología con la filosofía de la historia es, meramente, en el principio con que se construye la interpretación. En Comte se trata, en la «ley de los tres estados» del imperio de la transformación de las ideas en la transformación de la vida histórico-social. En Spencer es el principio evolucionista combinado con la idea de la lucha por la existencia. En Marx, los fenómenos económicos como sustrato del proceso dialéctico real. El hecho es que las categorías empleadas en la interpretación de la Historia son categorías construidas desde la Sociología, y por eso Sociología y filosofía de la historia se convierten en una sola disciplina. Idéntica asimilación viene, del lado opuesto, dentro de las direcciones historiográficas, [224] que conciben a la Historia como dominada por procesos de masas, y de la que suprimen, o tienden a ello, los factores de la individualidad y el azar. En esta dirección, no sólo hay que incluir, como es natural, a la historiografía marxista, sino también determinadas escuelas que, en cierto sentido, le están muy próximas: tal, por ejemplo, la dirección norteamericana de la New history.

     II. Aceptada la realidad social como realidad histórica en cuanto forma de vida, el problema está quizá, en vías de solución; pero faltan todavía estudios metodológicos particulares que permitan dar un cuadro categorial ya definido. El problema metodológico completo tendría que desarrollarse en estas tres cuestiones:

     1ª) ¿Qué debe entenderse por categorías históricas y cómo pueden éstas formularse?

     2ª) ¿Qué matiz peculiar tienen las categorías históricas de la Sociología?; y

     3ª) ¿Cuáles son las categorías propias de la Historia distintas de las categorías históricas de la Sociología?

     La imposibilidad de dar una solución clara y concreta sobre estas cuestiones, depende de que ellas constituyen hoy día uno de los problemas filosóficos fundamentales de la filosofía moderna. Hay, por tanto, que aguardar a los resultados de la investigación filosófica en este punto. Nos limitamos, por eso, a dar las líneas generales de la problemática.

     A) La realidad social, como realidad vital, exige ser apresada por conceptos que le sean adecuados; pero, por otra parte, se tropieza filosóficamente con la imposibilidad de disolver las categorías en puro acaecer. Se llega a un momento en que se disuelve la posibilidad de una formulación racional: todo quedaría reducido a [225] un puro acaecer. Si lo social tiene que ser apresado en algún sentido, sus categorías y conceptos no pueden quedar reducidos a una pura fluencia, y tienen que ser apoyados sobre puntos de una permanencia relativa. Las categorías sociológicas, aunque sean históricas, tienen que poner, fatalmente, determinados límites al proceso histórico; fijan jalones de una marcha, de un devenir.

     B) Pero si las categorías fundamentales de la Sociología tienen carácter histórico) es decir, se extienden sobre un pasado y tratan de abarcar inclusive momentos del porvenir de un determinado proceso, no implica que ellas absorban todo el proceso mismo de la Historia. Es posible que la Historia emplee gran parte de las categorías construidas por la Sociología, y en este sentido haya un momento de confluencia; pero el historiador se encuentra, además, con determinados momentos peculiares de ese proceso, que exigen categorías y conceptos distintos de los de la Sociología. La captación de las situaciones singulares, de las decisiones acaecidas en un momento, los influjos del azar o de las grandes personalidades, son, entre algunos otros, hechos peculiares que interesan al historiador y que suponen un aparato categorial suyo propio. Es decir, la Historia no puede explicarse meramente mediante la determinación de situaciones sociológicas, pues ha de dar cuenta de factores que escapan a la constelación de los procesos sociales, única cosa que, por el contrario, interesa a la Sociología.

     C) Nos encontramos, por eso, en otro de esos instantes en que la Sociología no puede resolver por sí sola el problema planteado. Acepta meramente la historicidad de la realidad social como punto de partida de sus investigaciones, pero consciente de que esa historicidad de la realidad social no es sino un aspecto del problema [226] fundamental de la historicidad radical del hombre mismo. Las puertas se abren, pues, de par en par al problema filosófico. Es la Filosofía que acepta esa historicidad radical del hombre la que ha de dar los supuestos conceptuales necesarios para la inserción fundamental de las investigaciones sociológicas en una interpretación coherentes del mundo y de la vida.

 

LECTURAS PARA EL SEGUNDO DÍA: 

DESDE PÁGINA 08, HASTA PÁGINA 15.

 

Apéndice sobre la psicología social

     Solo en los últimos años ha ido formándose esta rama especial de la Psicología con caracteres especiales y problemas definidos. Sociología, psicología social y psicología general tienen entre sí relaciones tan íntimas, que sólo con dificultad han podido irse fijando sus límites. Aún hoy, luego de continuados esfuerzos en este sentido, no siempre se presentan con absoluta precisión y nitidez los campos propios y exclusivos de cada una de ellas.

     W. Hellpach considera que la psicología social tiene que ocuparse de estas cinco cuestiones fundamentales:

     1ª) ¿Por qué medios puede un ser animal (ya que para Hellpach la psicología social no se limita meramente al hombre) alcanzar relaciones psíquicas con otro?

     2ª) ¿De qué fuerzas surgen tales relaciones? (Impulsos, fundamentos, motivos.)

     3ª) ¿Qué productos de la vida común entre los hombres resultan de estas relaciones interpsíquicas?

     4ª) ¿Cuál es el tipo de conducta de estos productos, y en qué se diferencian de las conductas individuales de sus componentes?

     5ª) ¿Qué nuevos fenómenos tienen lugar en la psique individual, como consecuencia de las relaciones interpsíquicas estudiadas?

     Los problemas así reseñados hacen relación a dos grupos fundamentales de fenómenos: el primero y el segundo, al fenómeno de las relaciones interpsíquicas entre individuos; el tercero y el cuarto, al fenómeno de la conducta de los grupos, que, como tal, no está contenida [230] en las manifestaciones psíquicas singulares de sus componentes; la última cuestión encierra los problemas de una caracterología social que, en líneas generales, se ocupa de estudiar las transformaciones de la psique individual en contacto con los fenómenos sociales y colectivos. En realidad, esta última cuestión está contenida en las dos anteriores o es una mera consecuencia de ellas.

     Por eso puede considerarse la psicología social como construida en torno de dos problemas fundamentales, y así lo hace, al menos, la escuela europea.

     Stoltenberg bautizó esas dos partes con dos nombres distintos, si bien cabe discutir la utilidad de semejante nomenclatura: la Sociopsicología, que trata del contenido social de la vida psíquica individual, y la Psicosociología, que se ocupa del contenido psíquico de la vida social. La llamada psicología colectiva de algunos ingleses y franceses se ocupa fundamentalmente de los problemas de esa segunda parte, como denuncia claramente su terminología: alma de los grupos, de los pueblos, etc. La psicología social norteamericana se inclinaba, por el contrario, hasta hace muy poco, a tratar exclusivamente el primer grupo de problemas; en términos generales, de las reacciones del individuo a los estímulos de origen social, lo que comprendía, por consiguiente, el problema de la conformación social de las psiques individuales. Relegaba por eso las cuestiones de la psicología colectiva en sentido estricto a la Sociología. Actualmente hay, sin embargo, un marcado viraje hacia los problemas de los grupos.

     Hasta ahora, los norteamericanos que habían tratado con mayor precisión el problema de la fijación de límites entre la psicología general, la sociología y la psicología social sostenían que esa diferenciación sólo podía darla el punto de vista de cada una de esas disciplinas. En este sentido, su opinión era, poco más o menos, la siguiente: La Psicología -entendida como ciencia natural- ha de adoptar el punto de vista del organismo individual, aceptándolo como una unidad y estudiando los modos de su conducta. La psicología social, en cambio, tiene por objeto de sus análisis las reacciones de los individuos como elementos funcionales dentro de una situación social dada. Y, por último, la Sociología se ocupa fundamentalmente de los grupos, viéndolos en su contenido psicológico como integraciones de las diversas conductas individuales de los miembros.

     Se suelen exponer las direcciones actuales de la psicología social dividiéndolas en tres grupos: 1º, Dirección instintiva. 2º, Dirección constituida por todos aquellos que aceptan como punto de partida la existencia de elementos psicológicos o estímulos últimos y fundamentales: deseos, voliciones, intereses, etc.; y 3º, Dirección behaviorista en su sentido amplio.

     I. Carácter general de toda la dirección instintivista es la aceptación del individuo como un todo completo, limitado, y equipado con un número determinado de instintos, de los cuales brotan todas sus acciones sociales y, por tanto, al fin y al cabo, la sociedad.

     El psicólogo inglés Mac Dougall ha sido el mantenedor más importante de esta teoría en los últimos años, teoría que, habiendo logrado al principio casi una aceptación general, ha sido después objeto de críticas decisivas.

     Según Mac Dougall, el hombre posee quince instintos sociales fundamentales, los cuales pueden distribuirse [232] en tres grupos. Los siete primeros son los instintos propiamente, teniendo cada uno de ellos una clara y específica resonancia afectiva: el instinto de huida, el de repugnancia, el de curiosidad, el de lucha, el de subordinación, el de autoafirmación y el instinto paternal. A éstos sigue una segunda clase, los cuales carecen de una propia emoción específica: el instinto sexual, el gregario, el coleccionista y el de construcción. Por último, cuatro pseudoinstintos: el de simpatía, el de sugestión, el de imitación y el de juego.

     De la simple enumeración es fácil deducir qué clase de relación social nace de cada uno de ellos. En su conjunto, la sociedad no sería sino el complejo de las acciones sociales producidas por cada uno de esos instintos.

     La psicología social de Mac Dougall tenía la pretensión de agotar la exposición sistemática de los instintos fundamentales. Sin esas pretensiones abundan las monografías y libros dedicados al estudio de un determinado instinto, más de una vez creyéndolo el único fundamental. En este sentido basta recordar la tesis de algunos freudianos, que ven en el instinto sexual, en la libido, el último elemento irreductible de la vida psíquica, y, en consecuencia, en este caso, de la vida social. Algunos, como Blüher, reconocen más concretamente en el erotismo homosexual el fundamento de las formas sociales de mayor importancia. La relación erótica entre hombre y mujer tiende, por naturaleza, al retraimiento y al particularismo; se opone, por eso, al instinto gregario y al sentimiento de comunión en grandes grupos. Estos se basan, al contrario, en una emoción homosexual más o menos difusa. Algunos movimientos políticos de la actualidad [233] han sido criticados posteriormente desde este punto de vista.

     Sin el carácter exclusivo y exagerado de estos freudianos, ha sido estudiado el instinto sexual en otros libros importantes de Havelock-Ellis, Thomas y Westermack. Igualmente ha sido objeto de investigaciones diversas el llamado instinto paternal, en el que fundan, no sólo la familia, sino todos los impulsos benevolentes de la vida social.

     Un libro de enorme resonancia ha sido El instinto gregario, de Trotter. En la época de predominio de la teoría instintivista; hasta el famoso economista Veblen creyó poder afirmar la existencia de un instinto de manufactura. Resonancias se encuentran por doquier; por ejemplo, en Vierkand y Scheler.

     Como antes se dijo, la afirmación fundamental de todas las teorías instintivistas implica la existencia de una estructura psíquica, de carácter fijo y permanente, susceptible de transmisión hereditaria. Consiguientemente, los psicólogos contrarios a esta dirección se esforzaron en la demostración de los límites de esa supuesta herencia psíquica, precisando lo que en la mayor parte de las veces y supuestos es producto de la educación y del ambiente. En esa demostración se llegó incluso hasta el extremo opuesto, y sin duda no menos falso, de reconocer tan solo en el ambiente el único factor del desarrollo psíquico.

     Desde otro punto de vista, se ha hecho observar la comodidad de las teorías instintivistas y su movimiento en círculo vicioso. En realidad, los instintos que afirman presuponen el fenómeno social que tratan de explicar: el hombre vive en sociedad por causa de un instinto social. Por lo cual son sin duda cómodas; todo consiste [234] en dotar al hombre de los instintos correspondientes: la religión se debe a un instinto religioso; la familia, al instinto paternal; la guerra, al instinto de lucha, etc.

     Pitirin Sorokin considera, por eso, irónicamente, a la doctrina instintivista como una manifestación del animismo primitivo, ya que la explicación de todos los fenómenos sociales se encuentra en un conjunto de hechos o fenómenos que no son, por sí mismos, ni claros ni evidentes y que sustituyen, en cierta manera, a los espíritus, almas y demonios subyacentes en la interpretación anímica del mundo. «Es evidente que semejante procedimiento no es otra cosa que una explicación de lo oscuro por lo más oscuro, con lo cual deja de haber una verdadera explicación.»

     II. La segunda dirección es la que intenta la explicación de los fenómenos sociales merced a ciertos elementos psíquicos de que podemos darnos cuenta por introspección. Estos elementos (deseos, apetencias, motivos, intereses) son considerados como las verdaderas causas últimas de las fuerzas sociales. Estas teorías son blanco de la misma objeción disparada contra los instintivistas: el que dan como explicación lo que ha de ser psíquicamente explicado. Se añade que un estudio atento de esos supuestos últimos elementos psíquicos mostraría, a su vez, todo lo que en ellos hay de una previa aportación social. Con lo cual quedan inmediatamente invalidados en su pretensión de una explicación total de los fenómenos sociales.

     La obra clásica en esta dirección es la de Tarde, que pone como base de toda su construcción las creencias y deseos de los individuos, no siendo la sociedad otra cosa [235] que el producto de la interacción psíquica de los mismos.

     Igualmente, la parte psicológica de la obra de Ward está basada en una descripción de los deseos como elementos realmente dinámicos de las fuerzas sociales.

     Los deseos, como fuerzas sociales, los clasificó del modo siguiente:

Fuerzas sociales

Fuerzas físicas (función corporal)

Ontogenéticas

Busca de placer y evitación de pena

 

 

Filogenéticas

Directas, sexuales.

 

 

Indirectas, consanguíneas.

 

 

 

 

 

Fuerzas espirituales (función psíquica)

Sociogenéticas

Morales (buscan lo seguro y lo bueno).

 

 

 

Estéticas (buscan la belleza).

 

 

 

 

 

Intelectuales (buscan lo útil y verdadero).

 

 

 

     Estos deseos son las verdaderas fuerzas sociales, pues constituyen el motor de la conducta humana y del proceso social. A estos deseos hay que añadir la función intelectual, no como una fuerza más, sino como condición que permite dirigir el ímpetu ciego de los deseos.

     Se citó en otro lugar la clasificación de Ross, que divide los deseos en dos clases: naturales y culturales. Los deseos naturales son: a) apetitivos (hambre, sed y apetito sexual); b) hedónicos (miedo, aversión a la pena, amor a la comodidad, cordialidad y placer sexual); c) eróticos (envidia, amor a la libertad, a la gloria, al poder); d) afectivos (simpatía, sociabilidad, amor, odio, celos, cólera, venganza); e) recreativos (impulsos de juego y amor a la expresión de sí mismo).

     Los deseos culturales son: a) religiosos; b) éticos; c) estéticos, y, d) intelectuales. [236]

     En la misma dirección se encuentran otras clasificaciones de Ellwood, Sumner, Keller, Bushee y otros.

     Desde Ratzenhofer se ha considerado también a los intereses como elementos últimos de la vida social. Según él, los principales son: el interés racial o sexual, el de conservación, el interés fisiológico, el individual, los intereses sociales y los intereses trascendentales. A través de estos últimos se tiende un puente hacia las actividades espirituales superiores: Religión, Filosofía, etc.

     Como sabemos, la teoría de los intereses fue aceptada y propaganda en Norteamérica por Small, que los dividió en seis clases: salud, bienestar, sociabilidad, saber, belleza y justicia. Desde entonces, la interpretación en función de los intereses no ha desaparecido del todo del pensamiento norteamericano.

     Últimamente, merced a las teorías de Thomas, Parck y Burgess, se ha considerado a los impulsos o apetitos como elementos psíquicos últimos en que fundar todo lo social. Se afirma que los impulsos son infinitos, pero susceptibles, no obstante, de ser reducidos a unas cuantas clases fundamentales. Para Thomas son las cuatro siguientes: 1ª) Apetito de seguridad (en el que se basan todas las tendencias conservadoras de la vida social; 2ª) Apetito de nuevas experiencias o impulso de aventura; 3ª) Apetito de correspondencia o reciprocidad; y 4ª) Apetencia de reconocimiento social del propio valer.

     Un concepto próximo a las teorías de la dirección behaviorista es el de hábito propuesto por Dewey. Representa una posición cercana a la behaviorista, porque el mecanismo de los hábitos ha de tener en cuenta la situación social y el acto total en que se manifiesta. Es mucho más plástico que el concepto de instinto. Esta teoría afirma la existencia de una serie de impulsos fundamentales [237] sobre los cuales van desarrollándose los hábitos merced a los estímulos del ambiente. Las críticas a esta teoría insisten en que, si bien el concepto de impulso subyacente al mecanismo de los hábitos es mucho más plástico que el de instinto, es, sin embargo, todavía bastante vago y a la postre insatisfactorio.

     III. La tercera dirección es la constituida por el behaviorismo, entendida esta escuela en sentido amplio.

     En principio hay que reconocer que el behaviorismo ha planteado con más exactitud el objeto de la psicología social. Este no puede ser, en efecto, ni el individuo aislado ni tampoco la mera circunstancia, situación o institución por sí, sino la relación funcional entre ambos. Esta conexión funcional es la que en principio expresa el punto de partida behaviorista: estímulo y respuesta, excitación y reacción.

     La dirección extrema, de la que es representante su fundador Watson, se limita a un estudio transubjetivo de esas relaciones de excitación y reacción o respuesta en los fenómenos psíquicos, rechazando todo lo que no sea susceptible de ser considerado de esa manera. Todo elemento subjetivo se considera como ficticio y desprovisto de valor para la ciencia.

     Las direcciones behavioristas menos exageradas son las que, manteniendo el punto de vista fundamental de la relación entre excitación y respuesta, buscan el medio de dar cabida dentro de la explicación científica a todos los factores descubiertos por la psicología introspectiva.

     Quizá uno de los conceptos más fecundos en uso dentro de esa dirección sea el de actitud. Una actitud significa una disposición psíquica determinada frente a estímulos específicos dentro de una circunstancia social.

     John F. Markey define a las actitudes como «integraciones de conducta que tienen lugar, ordinariamente, en torno de situaciones sociales, objetos, motivos y valores sociales». Este mismo psicólogo, tratando de llegar a un punto medio en la polémica habida en torno a este concepto, resume de esta manera los elementos de que se compone: «El estudio de una actitud supone, en primer término, un intento de previsión»; es decir, que lo que interesa es lo que hay de predisposición en una actitud para una conducta determinada. Nuestra experiencia psicológico-social cotidiana, está basada, inconscientemente, en tal estudio de actitudes. En general, nos esforzamos por conocer las reacciones de una persona ante una determinada circunstancia. En segundo lugar, la actitud es una integración de conducta o complejo de conductas, con relación a un objeto o situación. Hay que tener en cuenta los factores que se añaden a esta integración de la actitud, facilitándola o impidiéndola. Y, por último, la actitud implica, generalmente, una especie de conducta anticipatoria: «Hay una movilización y organización en torno a un objeto, valor social o motivo, en la cual se incluye una conducta anticipatoria. Este es el factor que nos impide considerar al hábito como elemento primordial, ya que en esta conducta anticipatoria se pueden interrumpir o adicionar hábitos anteriores, y, además, porque el hábito, en general, no sirve para situaciones en las cuales la persona nunca se ha encontrado.»

     Es posible que hasta ahora este concepto de actitud sea la categoría más afortunada de la nueva psicología social, siempre que se admita que esta ciencia debe estudiar las reacciones del individuo en función de una situación social dada. Además, en la actitud puede distinguirse [239] lo que es hereditario de lo adquirido por educación y por influjo del medio social. Las actitudes permiten realizar la aspiración científica a manejar fenómenos exteriores fácilmente separables, susceptibles de descripción y, a ser posible, de una medición de carácter riguroso. Con este concepto se logra, además, una separación clara, dentro de la psicología behaviorista entre la psicología social y la individual, pues esta última puede únicamente dar la forma general de la conducta individual, mientras que la psicología social determina la particularización de esa conducta en función de una situación social determinada.

     La tendencia que se viene considerando ha favorecido en América el reconocimiento por la psicología social de la existencia del grupo con propia realidad, negada antes por los representantes de la psicología individual. Pues el grupo en este sentido no es sino una integración de un complejo de conductas dentro de una determinada situación social. Sin embargo, todavía la psicología social norteamericana se inclina a considerar el estudio de los grupos como tarea peculiar de la Sociología y fuera, por tanto, de sus dominios.

     Markey ha dado un resumen de las opiniones de los psicólogos sociales norteamericanos sobre este punto, aún polémico, de los grupos: 1º) El grupo es una realidad. 2º) Los grupos son integraciones de interacción social. 3º) El grupo o institución representa un plano distinto de objetos en nuestro universo. La acción que compone el grupo no existe fuera del grupo, ni existe en los individuos como tales, sino sólo en los individuos como parte de un grupo; inversamente, los individuos obtienen su existencia como personas sólo en cuanto miembros de un grupo (simple consecuencia de la posición funcional [240] que la Psicología adopta). 4º) Respondemos o reaccionamos de manera explícita al grupo. 5º) Podemos observar al grupo de igual manera que los hombres de ciencia observan todos los fenómenos. 6º) El estudio de los grupos, como objetos naturales, requiere un punto de vista que es diferente del empleado ordinariamente por la psicología social, y que se aleja todavía más del empleado por la psicología individual (o, como antes hemos dicho, se trata de un objeto perteneciente a la Sociología).

     Como resumen final de todo lo dicho respecto a las relaciones entre la Sociología y la psicología social, puede aceptarse el siguiente esquema de investigaciones, expuesto por Andreas Walther:

 

        

     1º) Predisposición hereditaria social del individuo.

 

     2º) Motivaciones fundamentales de la personalidad social cultural ya desarrollada.

 

     3º) Espíritu de grupo y espíritu objetivo.

 

     4º) Procesos objetivos, tanto entre los individuos como de éstos con los grupos y de los grupos y estructuras entre sí.

 

     5º) Estructuras.

     Pero ésta es una tarea abierta hacia el futuro que ni con mucho se encuentra realizada en el momento presente.

 

 

EL CAMBIO SOCIAL

 

CONCEPTOS FUNDAMENTALES EN EL ESTUDIO DEL CAMBIO

La metáfora orgánica: el enfoque clásico del cambio social

            Comte dividió el sistema de su teoría en dos partes separadas: estática social y dinámica social. La estática social estaba concebida como el estudio de la anatomía de la  sociedad humana, de las partes que la componen, como un cuerpo humano (órganos, esqueleto, tejidos, etc), mientras que la dinámica social se concentraba en la fisiología de los procesos que operan dentro de la sociedad, como las funciones corporales (respiración, circulación, etc), que producen como último resultado el desarrollo de la sociedad.

            El legado metodológico de esas primeras ideas fue la oposición de dos tipos de procedimientos que Comte los describió como la búsqueda de las leyes de coexistencia (porque determinados fenómenos sociales proceden o siguen a otros de forma invariable). El estudio moderno del cambio está muy influido por estas concepciones.

 

El modelo del sistema: El nacimiento del concepto de cambio social

            En el nivel macro, la totalidad de la sociedad (humanidad), puede concebirse como un sistema; en el nivel medio, los estados-nación y las alianzas políticas y militares regionales también son sistemas; en el nivel micro, las comunidades locales, las asociaciones, las empresas, las familias, etc, pueden considerarse como pequeños sistemas. Por lo tanto, para los teóricos de sistemas como para Parsons, la noción de sistema es universalmente aplicable.

            El cambio social es concebido como el cambio que acontece dentro del sistema social o que lo abarca. El concepto de cambio social implica 3 ideas: a) diferencia; b) diferentes momentos temporales y c) entre estados del mismo sistema.

            Dependiendo de lo que se considere que cambia, que aspectos, fragmentos y dimensiones del sistema estén implicados en el cambio pueden distinguirse diversos tipos de cambio como:

Distintos individuos y sus acciones.

Lazos sociales, lealtades, interacciones.

Papeles ocupacionales jugados por los individuos.

La frontera. Criterios de inclusión, condiciones de aceptación, paz o guerra, etc.

Los subsistemas

El entorno (las condiciones naturales, la localización geopolítica, etc.

Sólo a través de la interacción emergen las características del conjunto del sistema: equilibrio o desequilibrio, armonía o lucha, paz o guerra, etc.

Cuando el sistema se separa de sus distintos componentes implica los siguientes cambios: cambio de composición, p.ej. migración de un grupo a otro, despoblación debido al hambre, dispersión de un grupo, etc.

Cambio de estructura, p.ej. aparición de desigualdades, emergencia de lazos de amistad, establecimiento de relaciones cooperativas, etc.

Cambio de funciones

Cambio en el entorno, p.ej. deterioro ecológico, terremotos, enfermedades, etc.

A veces los cambios son parciales, sin mayor repercusión para otros aspectos del sistema. El sistema como un todo permanece intacto, al margen de pequeños cambios en su interior, p.ej. la fuerza de un sistema político democrático radica en su capacidad para afrontar los cambios, aliviar las quejas, etc, mediante reformas sin poner en peligro la estabilidad y continuidad del estado en su totalidad. Pero en otras ocasiones los cambios pueden abarcar todos o casi todos los aspectos del sistema, produciendo una mutación de conjunto que obliga a considerar el nuevo sistema como diferente del antiguo, p.ej. las grandes revoluciones sociales. Este tipo de transformación merece llamarse cambio de sistema.

El cambio social es la transformación en la organización de la sociedad y en los modelos de pensamiento y conducta a lo largo del tiempo.

Es una modificación o transformación en la forma en la que se organiza la sociedad.

Hace referencia a las variaciones en el tiempo de las relaciones entre individuos, grupos, etc.

En el cambio estructural con más frecuencia que en otros tipos de cambios, cuando cambia todo lo demás también tiene tendencia al cambiar.

Normalmente cuando hay cambios en el nivel micro se producen cambio en el nivel macro porque el cambio social está mediado por los actores individuales.

 

Conjunto de cambios: aumento de la complejidad de los conceptos dinámicos.

El más importante es la idea de “progreso social”, que describe la secuencia de los cambios interrelacionados. Ejemplos de procesos desde el nivel macro al nivel micro incluirían: industrialización, urbanización, globalización, cristalización de un grupo de amigos, crisis familiar, etc.

 

VICISITUDES DE LA IDEA DE PROGRESO

 

Las primeras raíces de la idea de progreso puede encontrarse en la antigüedad griega. Los griegos percibieron el mundo en un proceso de crecimiento, pasando por etapas fijas (épocas) y produciendo avance y mejora.

La segunda fuente del concepto se encuentra en la tradición religiosa judía. El énfasis bíblico en las profecías y los profetas implica una imagen sagrada de la historia, guiada por una voluntad divina y por lo tanto predestinada y necesaria.  El diseño de una historia que abarca a toda la humanidad está presente desde el principio y su culminación final es la “edad dorada” o paraíso.

Ambas líneas de pensamiento, la griega y la judía, se unen en la tradición judeocristiana, que abarca toda la cultura occidental durante los siglos siguientes.

Durante la Edad Media, se añadieron algunos elementos nuevos a la idea de progreso, se afirmaba que el conocimiento humano es acumulativo a través del tiempo y se enriquece y perfecciona. Lo que esto implica es que el conocimiento avanza de forma constante y gradual. Las utopías sociales definen la dirección en la que se supone que se mueve la humanidad.

Un cambio en la idea de progreso se produce cuando llega la era de los descubrimientos geográficos. Se pone de manifiesto que las sociedades, las culturas y las organizaciones políticas no son homogéneas. Se hace evidente la tremenda variedad de formas sociales en las distintas partes del mundo, pero se pretende que esta variedad es debida a los diferentes estadios de desarrollo o de progreso que algunas sociedades han alcanzado. Los más primitivos son vistos como si pertenecieran a los primeros estadios, y mostrarían, a los más civilizados la imagen de su propio pasado; los más civilizados representan estadios superiores mostrando a los más primitivos su futuro. Se supone que hay una trayectoria común por la que discurren todas las sociedades.

La época de la Ilustración aportó matices nuevos a la noción de progreso. Así el s.XIX, es denominado por algunos como la “Era del progreso” y por otros como el “triunfo de la idea de progreso”. La idea de progreso impregna el sentido común, la literatura, el arte y la ciencia. Este espíritu romántico es acompañado por la creencia en la razón y en el poder humano. La ciencia y la tecnología parecen aportar la promesa de una expansión y un avance ilimitado. Todos los padres fundadores de la sociología tienen alguna versión del progreso.

Saint-Simon y Comte se concentraron en el progreso del espíritu y vieron que los cambios se producen a través de tres etapas: teológica, metafísica y positiva. El último estadio es el de la ciencia. La ciencia positiva es considerada como el logro que corona el pensamiento humano. Marx hablaba de la utopía de la sociedad comunista y afirmó que se conseguiría mediante el empuje de las clases explotadas. Weber se dio cuenta de la poderosa tendencia hacia la racionalización de la vida social y consideró esta dirección como la que mueve la sociedad.

 

La definición de progreso

Siguiendo a Nisbet, puede definirse el progreso como la idea de que la sociedad ha avanzado lenta, gradual y continuamente desde la privación cultural, ignorancia e inseguridad hacia niveles cada vez más altos de civilización y de que el avance continuará a pesar de algunos retrocesos ocasionales, desde el presente hacia el futuro.

El concepto de progreso puede ser dividido en varios componentes fundamentales: 1) hay una noción de tiempo irreversible, que fluye en forma lineal y que proporciona continuidad al pasado, al presente y al futuro. El progreso, por definición es el paso del pasado al futuro evaluado positivamente. 2) está la noción de movimiento direccional, en el que ningún estadio se repite y cada estadio posterior se va acercando más a un estadio final que a cualquier estadio anterior. 3) la idea de progreso acumulativo, que opera de forma gradual, paso a paso, o en forma revolucionaria a través de saltos periódicos cualitativos. 4) la distinción de estadios necesarios típicos (fases, épocas) a través de los cuales pasa el proceso. 5) el énfasis en las causas endógenas (internas) de los procesos, que aparecen como auto-propulsados. 6) el proceso es concebido como inevitable, necesario, natural, no puede pararse o desviarse. 7) la noción de mejoramiento, avance, la valoración de que cada estadio es relativamente mejor que el anterior, culminando en el estadio final que se espera produzca la satisfacción completa de los valores apreciados como la felicidad, la abundancia, la libertad, etc.

Este último punto nos hace darnos cuenta que el progreso siempre es relativo , dependiendo de los valores que se toman en consideración. El mismo progreso puede ser concebido como progresista o no, dependiendo de las preferencias. Estas difieren entre las personas individuales, los grupos, las clases y las naciones. Lo que unos consideran progreso puede no serlo para otros.

No debe caerse en el relativismo absoluto. Hay varios grados donde los valores son relativos. En un extremo encontramos medidas de progreso con las que coincidirán la mayoría de la gente, que pueden tomarse como lo más parecido a criterios absolutos de progreso, p.ej. medicina, comunicaciones, etc. Otro criterio absoluto podría ser el alcance del conocimiento.

Por otra parte hay otras áreas donde los criterios de progreso son más cuestionables. En el s. XIX y XX, la industrialización, la urbanización, etc, eran tratados como sinónimos de progreso. Ahora se ha reparado en que se ha ido demasiado lejos (polución, agotamiento de recursos, etc). También se ha hecho evidente que el progreso en un área puede a menudo acontecer a costa del retroceso de otra. La democratización, la apertura de las sociedades, etc, están acompañadas por el crecimiento del desempleo y la pobreza. Durante un largo período de tiempo, pensadores como Tomás Moro o Marx, han creído que es posible salvaguardar el progreso en todas las dimensiones de la sociedad para todos sus miembros al mismo tiempo. Han dibujado las imágenes de las sociedades perfectas, de las utopías sociales.

Otros conscientes de las incompatibilidades de las diversas dimensiones de progreso propusieron criterios más concretos. Seleccionaron aquellos aspectos de la vida que para ellos tenían una importancia superior.

 

El mecanismo de progreso

Al hablar de la agencia del progreso podemos distinguir tres estadios consecutivos en la historia del pensamiento social. Los primeros pensadores creían que la fuerza motriz del progreso era lo sobrenatural. Las deidades, los dioses. Pensadores posteriores coloraron esta idea en el dominio de lo natural. Esta consideración condujo a la conclusión de que se necesitaba una adaptación como la única reacción humana concebible. Los pensadores modernos se inclinan a considerar a los agentes humanos (individuales y colectivos) como productores y constructores del progreso.

La diferencia fundamental que divide la noción de progreso mecánico, automático de la noción de progreso, es que la primera postula por lo extrahumano, la segunda se concentra en la gente y en sus acciones. La primera afirma la necesidad de progreso, en la segunda el progreso puede ocurrir o no, dependiendo de las acciones que realice la gente.

Si consideramos la manera de funcionar del sistema social que da lugar al progreso, hay dos imágenes. Una, la de los primeros evolucionistas, pacífica. La otra se centra en las tensiones internas, en los conflictos cuya resolución mueve al sistema en la dirección progresiva.

 

 

 

El derrumbe de la idea de progreso

La idea de progreso parece haber entrado en declive durante el s. XX. Cuando se intenta hacer un balance del s. XX, muchos observadores ya lo denominan “el siglo espantoso”. Es un siglo que ha sido testigo del holocausto nazi, las dos guerras mundiales, extensión del desempleo, pobreza, etc. No ha de sorprender que se haya extendido la desilusión y el desencanto con la idea de progreso.

Algunas tendencias intelectuales operan en la misma dirección. Nisbet, observando las principales premisas del progreso, afirma que todas ellas son atacadas por el pensamiento contemporáneo. Recientemente se ha observado el desplazamiento de occidente, el declinar de la fé en los valores y en las instituciones modernas altamente desarrolladas. Nisbet encuentra sus síntomas en la extensión del irracionalismo, el renacimiento del misticismo, el narcisismo típico de la cultura del consumo.

Como consecuencia de todo ello, el concepto de progreso ha sido reemplazado por el concepto de crisis como lema del s. XX. Este concepto está en la conciencia común, en la que dominan las visiones pesimistas de las realidades sociales, no sólo en los países pobres y subdesarrollados sino también en los prósperos de primera fila. En este contraste la gente concibe la crisis como crónica, endémica y no vislumbran su eliminación futura.

El concepto alternativo de progreso y su fuente principal, se encuentra en la ilimitada creatividad de los seres humanos, capaces de transmitir las innovaciones, aumentando el conocimiento.

 

LA DIMENSIÓN TEMPORAL DE LA SOCIEDAD: EL TIEMPO SOCIAL

 

El tiempo como dimensión de la vida social

Todos los fenómenos sociales acontecen en algún momento en el tiempo. La vida social se vive en el tiempo.

El tiempo está ligado de forma aún más íntima a la idea de cambio social. La experiencia misma del tiempo y la idea del tiempo derivan de la naturaleza cambiante de la realidad. Es imposible concebir el tiempo sin referencia a algún cambio.

Todo fenómeno social está relacionado con otros sucesos o fenómenos. No hay fenómenos o sucesos absolutamente singulares, únicos. Esto es cierto tanto para macroacontecimientos, para acontecimientos de tipo medio o para microacontecimientos. La guerra es seguida de un tratado de paz, la inflación por el descenso del nivel de vida, etc. Todo esto ocurre en el curso de la historia. A todos los niveles si tomamos cualquier hecho singular, siempre está situado en una secuencia mayor, precede o sucede a otros, acontece antes o después de otros. En otras palabras, todos los actos sociales están encajados temporalmente dentro de actos sociales mayores. Llamamos a esto estar permeados por el tiempo. Decimos que todo fenómeno o suceso tiene alguna duración, duran algún tiempo. En suma la secuencia y la duración, son dos aspectos fundamentales de la vida social, reflejo de dos aspectos cruciales del tiempo.

Los fenómenos y los sucesos sociales son también irreversibles. Una vez que algo ha sucedido no puede ser deshecho. Es decir, la vida no puede des-vivirse. Heráclito expresó esto en la antigüedad en su famosa proposición de que uno no puede meterse dos veces en el mismo río. En palabras de un autor moderno: la acción en su repetición no puede ser siempre la misma.

La irreversibilidad del flujo del tiempo implica la distinción entre pasado, presente y futuro. La distinción que hoy resulta obvia no es históricamente universal, está ligada a la invención de la escritura. Sólo entonces el pasado pudo ser recordado. En el sentido más estricto, la historia comienza con la escritura. El futuro pudo ser planeado y no solamente imaginado. Hablando de forma estricta, no hay presente porque los procesos sociales están en movimiento y en cualquier momento están pasando del pasado al futuro. Tal como ha expresado Barbara Adam: ”Conocemos los hechos pasados por testimonios, percibimos los presentes directamente y conocemos los futuros sólo en nuestra imaginación.

 

El tiempo en tanto aspecto del cambio social

Para el estudio del cambio social, el tiempo no es sólo una dimensión universal, sino el núcleo, el factor constitutivo.

El tiempo en relación con los cambios sociales, puede aparecer de dos formas. Primero, puede servir como estructura externa para la medida de sucesos y procesos, ordenando el flujo caótico para beneficio de la orientación humana y de la coordinación de las acciones humanas. Este es el tiempo cuantitativo, determinado por relojes y calendarios, que nos permiten identificar la velocidad, los intervalos y la duración de los acontecimientos sociales.

Cuando más compleja es una sociedad, mayor es la importancia del ordenamiento y la coordinación temporal. En la sociedad moderna, ninguna organización podría funcionar sin contar con el tiempo. Cuando se inventan y desarrollan aparatos para medir el tiempo, todos los cambios sociales pueden ser cronometrados, localizados dentro de una estructura externa. A esto nos referimos cuando hablamos de acontecimientos en el tiempo.

Cuando consideramos cualquier proceso social, vemos que manifiesta varias cualidades temporales:

Son de forma característica más largos o más cortos.

Van más deprisa o más despacio. P.ej. la inflación galopante y la lenta emancipación de la mujer.

Están marcados por intervalos rítmicos o fortuitos, p.ej. las oleadas de prosperidad económica y la decadencia.

El cálculo del tiempo

La medida del tiempo exige una escala y unas unidades. Estas pueden constituirse por referencia a sucesos repetitivos que señalan intervalos y a sucesos únicos que marcan el comienzo de la escala. Los sucesos naturales proporcionan los puntos obvios de referencia y el más simple de ellos es el ciclo astronómico, la sucesión del día y la noche y la sucesión de las estaciones.

Otras unidades de tiempo reflejan experiencias sociales. Este es el caso de la semana y sus orígenes sociales. El fundamento para la determinación de la semana  se halla en el ritmo de los mercados y de las ferias. También refleja la necesidad biológica de descanso, el establecer un día para el ocio, para las necesidades espirituales, etc.

 

El tiempo en la conciencia y en la cultura

Para la sociología es más interesante otra reflexión de las realidades del tiempo. La sociopsicológica o cultural, los símbolos típicos, los valores, las reglas y orientaciones referidas al tiempo y compartidas por grupos, comunidades, clases y otras entidades colectivas o sociales. Estos patrones culturales comunes se asientan en diversas áreas de la vida social, manifestándose en estilos específicos de conducta. Se ha constatado que no sólo las ocupaciones y las profesiones, sino también las clases sociales, el género y el grupo de edad están altamente diferenciados en sus perspectivas temporales.

Cuando hablamos de orientación en el tiempo o de perspectiva temporal, han de distinguirse los siguientes aspectos:

El nivel de conciencia del tiempo. En un extremo, la preocupación obsesiva por el tiempo, por el paso del tiempo, por la falta de tiempo, etc y en el otro extremo la indiferencia con respecto al tiempo (el síndrome mañana).

La profundidad de la conciencia del tiempo. A veces sólo el tiempo inmediato es reconocido.

La forma o perfil del tiempo. Cíclico o lineal, p.ej. la concepción del tiempo en el hombre arcaico era cíclica, en ella el tiempo se despliega con el ritmo de la naturaleza. La visión lineal del tiempo comienza con la cristiandad.

El énfasis en el pasado o el futuro. La forma en la que los miembros del grupo se relacionan con el pasado y el futuro, esto es, su perspectiva temporal es en gran medida dependiente de la estructura del grupo y e sus funciones. La perspectiva del tiempo es una parte integral de los valores de la sociedad y los individuos orientan sus acciones en el presente y hacia el futuro, por referencia a los grupos cuyos valores comparten. Algunas sociedades o grupos miran hacia atrás: aprecian las tradiciones, se fijan en hazañas pasadas, etc; otros miran hacia delante, rompen con las tradiciones, ignoran el pasado, etc.

La manera de concebir el futuro. Puede verse como algo con lo que uno se topa pasivamente, o como algo que ha de construirse activamente. Lo primero sugiere anticipación y adaptación. Lo segundo planificación. Podemos hablar de orientación pasiva o fatalista (p.ej. los movimientos sociales revolucionarios). La historicidad, es el conocimiento consciente de que no sólo estamos formados históricamente sino de que formamos la historia, que la historia nos hace y que hacemos la historia.

El factor tiempo puede penetrar la cultura de una sociedad, de una comunidad o de un grupo social, no sólo en la faceta general, sino también en la faceta mucho más específica de las reglas que regulan los distintos aspectos de la conducta humana. Estas reglas se encontrarán en la educación, la familia, la economía y dentro de los diversos papeles sociales, como los de profesor, director, estudiante, etc.

Lo fundamental no es que algunas formas de vida social duren más que otras, sino que hay expectativas normativas que prescriben cuanto han de durar y cualquier alejamiento de tales normas está definido socialmente como desviación, provocando sanciones sociales.

Al igual que todas las reglas sociales, la duración esperada influye en el pensar y en el hacer de los actores sociales. Cuando se espera que el lazo social, la pertenencia al grupo o el estatus, dure mucho, la gente se toma más en serio su apoyo, se compromete más, le dedica más recursos (tiempo, energía, etc).

Si la duración es normativamente limitada, se pueden observar llamativas diferencias de conducta y de compromiso entre el período inicial, las fases intermedias y el tiempo próximo al final.

 

Las funciones del tiempo social

Se puede desarrollar una tipología:

La sincronización de actividades. Una gran parte de la vida social de toda sociedad es ocupada por la acción colectiva, por las cosas hechas por gran número de gente. Para que se dé la acción colectiva, la gente ha de encontrarse en el mismo sitio al mismo tiempo Cuanto mayor es la interdependencia de los actores, mayor es la necesidad de sincronización temporal.

Coordinación. Las acciones individuales no acontecen en el vacío. Gran número de ellas están relacionadas y conducen a un bien común. La división del trabajo es el más claro ejemplo.

Secuenciación. Los procesos sociales se producen por fases, los sucesos se suceden unos a otros en secuencias específicas, hay una lógica necesaria inherente a la mayoría de los procesos, p.ej.  el niño tiene que empezar a ir a la escuela en un momento determinado, el campo tiene que ararse en una época, etc.

Actualidad. Algunas actividades sólo pueden emprenderse si determinadas oportunidades o recursos están disponibles. Hay momentos en los que los trenes, los autobuses, etc, llegan y no es posible utilizar el transporte público sin un mínimo de familiaridad con los horarios.

Medida. La duración de las diversas actividades pueden tener una importancia social decisiva.

Diferenciación. Es importante romper con la monotonía de la rutina vital intercalando diversos períodos con actividades variadas.

La significación de todas estas funciones cambia con la complejidad de la sociedad humana, sus instituciones y organizaciones, las tareas y los desafíos a los que se enfrentan sus miembros.

 

LECTURAS PARA EL TERCER DÍA: 

DESDE PÁGINA 16, HASTA PÁGINA 25.

MODALIDADES DE TRADICIÓN HISTÓRICA

 

La naturaleza procesal de la sociedad

Las sociedades modernas están en cambio constante. Cambian en el macronivel de la economía, la política y la cultura y en el micronivel de las acciones individuales y las interacciones.

La sociedad no es una entidad, sino un conjunto de procesos entremezclados a muchos niveles. No está constituida por una existencia en un momento singular del tiempo. Está constituida temporalmente.

Si esto es así, entonces hay un movimiento constante desde el pasado hacia el futuro. Su presente es simplemente una fase transitoria entre lo que ha acontecido y lo que viene. La naturaleza de la sociedad implica que las fases anteriores están causalmente conectadas con la fase presente y la fase presente contiene las condiciones que determinan la siguiente fase.

Este enlace del presente con el pasado es el fundamento de la tradición.

El pasado de la sociedad desaparece. Sus fragmentos permanecen y proporcionan un especie de ámbito para las fases siguientes para la continuación del proceso. Esto ocurre por dos mecanismos causales.  Uno es el material o físico y el otro el ideal o psicológico.

El mecanismo material. Opera a través de objetos, artefactos, organizaciones, etc., producidos por las actividades de las generaciones anteriores pero que envuelven las acciones emprendidas por las generaciones presentes. Carreteras, monumentos, etc., conforman el medio material heredado en el que vivimos.

El mecanismo ideal. Opera a través de las capacidades humanas en la memoria y en la comunicación. El pasado es preservado porque la gente recuerda fragmentos de él. El alcance de la memoria se amplia de dos formas. Primero, hacía sus contemporáneos, con quienes pueden compartir sus memorias y de quienes pueden aprender acerca de hechos  pasados que no experimentaron personalmente. De esta forma se logra un depósito de memoria colectiva que se almacena en archivos, bibliotecas, etc.

Aquí se hace obvia la importancia de la escritura como una de las invenciones fundamentales de la humanidad.

A través del mecanismo ideal o psicológico, la gente hereda creencias pasadas, conocimientos, símbolos, normas y valores. Son almacenados, interpretados y aprobados por distintas agencias como la familia, escuelas, medios de comunicación, etc. Lo que nos llega del pasado está preseleccionado y mediatizado a través del tiempo. Los dos mecanismos material y psicológico interactuan.

Monumentos antiguos, ciudades medievales y en general la mayoría de los objetos que encontramos en los museos, tienen por objeto ilustrar y enfatizar la belleza del pasado. En casos excepcionales también pueden servir como aviso de la miseria del pasado.

A través de las rutas materiales e ideales, el pasado, aunque esté distorsionado, penetra en el presente. Puede decirse que existe en el presente en dos sentidos: objetivamente, cuando los objetos del pasado son conservados materialmente y subjetivamente cuando las ideas del pasado son recordadas y recibidas en la conciencia de los miembros de la sociedad.

Existe una tercera vía. El pasado puede imaginarse. Puede ocurrir de forma inconsciente o puede hacerse adrede. Este es el caso de la tradición inventada. Las razones de tal invención puede varias: a veces se necesita para justificar o proporcionar legitimidad a acciones políticas presentes, fortalecer el espíritu nacional, etc.

Pero la continuidad nunca es absoluta, la herencia es remodelada, distorsionada, modificada o enriquecida y cada momento posterior de la vida de una sociedad es diferente de cualquier momento anterior.

 

El concepto de tradición

Los contenidos de todo aquello que heredamos del pasado, de todo lo que nos es trasmitido en el proceso histórico acumulativo, es la herencia de la sociedad. En el nivel macro, lo que se hereda es una herencia histórica, en el nivel medio es la herencia del grupo, en el nivel micro, es la herencia personal.

Para hablar de tradición, la conexión entre el pasado y el presente ha de ser más próxima, más íntima. Ha de implicar la existencia continua del pasado en el presente. Por tradición se entiende la totalidad de objetos e ideas que se derivan del pasado y que pueden encontrarse en el presente, todas aquellas que han sido destruidas, dañadas, abandonadas u olvidadas. Tradición significa aquí la herencia. Es algo transportado desde el pasado hacia el presente. En el caso de las ideas (creencias, símbolos, normas, valores, etc) tendrían que ser realmente consideradas y seguidas, habrían de influir en el pensamiento y la conducta y extraer su legitimidad del pasado.

 

El surgimiento y el cambio de la tradición

Las tradiciones, entendidas como los objetos e ideas dotadas que la gente da un significado especial debido a sus orígenes en el pasado, están sujetas a cambio. Aparecen en determinados momentos, cuando la gente define determinados fragmentos del pasado heredado como tradición y son modificados cuando la gente selecciona unos e ignora otros; permanecen durante algún tiempo y pueden desaparecer cuando los objetos son abandonados y las ideas rechazadas y olvidadas. Un ejemplo son las tradiciones étnicas y nacionalistas en la Europa del Este tras un período en el que fueron suprimidas.

El nacimiento de la tradición puede acontecer de dos formas:

Por una razón o por otra, los individuos encuentran atractivos determinados fragmentos de la herencia histórica. Las referencias y las acciones individuales se vuelven compartidas y se convierten en verdaderos hechos sociales.

La segunda ruta se produce a través de la imposición. Cuando lo que se considera tradición es seleccionado, enfatizado e incluso forzado por individuos con poder e influencia.

Una vez establecidas, las tradiciones atraviesan varios cambios. Una dirección de cambio es cuantitativa, un cambio en el contenido de la tradición.

La cuestión más importante es porqué se producen los cambios. Parte de la respuesta puede encontrarse en las cualidades psicológicas de la mente humana. Tarde o temprano toda tradición comienza a ser cuestionada, puesta en duda.

Las tradiciones diferentes también pueden apoyarse entre sí. Depende en gran medida de la fuerza relativa de las tradiciones que compiten, la cantidad de apoyo que tienen por parte de agentes poderoso. Cuando las tradiciones que están en interacción son relativamente iguales en fuerza, puede darse la fusión de tradiciones diferentes, preservando los elementos centrales de todas, pero alterándolas al tiempo de forma perceptible.

 

Las funciones de la tradición

La tradición es la sabiduría de generaciones. Ponen a nuestro alcance las creencias, normas, valores y los objetos creados en el pasado. Por tanto, la tradición es una especie de depósito de recursos que la gente puede utilizar en sus acciones corrientes para construir el futuro utilizando el pasado, p.ej. Modelos a copiar.

Dar legitimación a las formas de vida, a las instituciones y a los códigos existentes. De este modo, es una justificación común y poderosa afirmar que las cosas siempre han sido así. Fue Max Weber el que señalo el papel de la tradición al establecer los fundamentos de la autoridad, es decir, el poder reconocido y aceptado.

Proporciona símbolos persuasivos de la identidad colectiva. Las identidades nacionales con sus símbolos, himnos y banderas.

Las tradiciones pueden a su vez tener consecuencias funcionales como las que acabamos de mencionar, pero también pueden ser disfuncionales:

Cualquier tradición puede evitar o restringir la creatividad o la innovación, proporcionando soluciones dadas de antemano a problemas contemporáneos.

Puede darse la tendencia a confiar en las formas de vida, en métodos de gobierno, en estrategias económicas tradicionales en lugar de en un cambio radical en las condiciones históricas. Apegarse a las viejas tradiciones por inercia. El resultado será la falta de efectividad y el descontento.

Algunas tradiciones pueden ser disfuncionales o dañinas debido a su contenido específico.

 

Tradicionalismo y antitradicionalismo

Las ideologías articuladas o los climas generales de opinión que favorecen la tradición pueden denominarse tradicionalismo. Puede admitirse que los períodos de desarrollo dinámico, coronados por el éxito, no favorecen la tradición. En esos momentos el cambio y no la continuidad es el tema dominante.

La gente se orienta en general hacía el futuro y no hacía el pasado. Creen que construir el futuro requiere un rechazo activo y el alejamiento del pasado.

La sociedad capitalista, industrial y urbana del s. XX, era notablemente antitradicionalista.

En estos casos el antitradicionalismo adopta la modalidad de ignorar el pasado en lugar de cambiarlo.

Los períodos de estancamiento, de decadencia o de crisis, tanto económica como intelectual, despiertan de inmediato a las tradiciones. En tiempos difíciles, la gente busca la ayuda en el pasado, el consuelo de un pasado más brillante y lo encuentra en la revitalización de las tradiciones. En estas épocas las tradiciones aparecen como útiles.

Quizá, la postura ideológica más razonable hacia la tradición sea “la tradición del tradicionalismo crítico”. Implica una actitud analítica y escéptica que hace balance de funciones en cada caso concreto, tomando en cuenta tanto el contenido de la tradición como las circunstancias históricas de su afirmación.

 

LA MODERNIDAD Y MÁS ALLÁ

 

La definición de la modernidad 

La sociología surgió en el s. XX, como un intento de interpretar y comprender la gran transición en la que estaba sumido occidente, de la sociedad tradicional al orden social moderno, urbano, industrial y democrático. La mayoría de las investigaciones desde entonces se han centrado en la sociedad moderna.

Hay dos formas de definir la modernidad: histórica y analíticamente.

La mayoría de los historiadores coinciden en que la modernidad surgió como consecuencia de las grandes revoluciones. Las revoluciones americana y francesa proporcionaron el entramado político e institucional de la modernidad: la democracia constitucional, el imperio de la ley y el principio de soberanía de los estados-nación. La revolución industrial británica proporcionó la fundación económica: la producción industrial por medio del trabajo libre en asentimientos urbanos, dio lugar al industrialismo y al urbanismo como nuevas formas de vida y al capitalismo como nueva forma de apreciación y distribución.

Comte señaló diversos rasgos del nuevo orden social: 1) concentración de la fuerza de trabajo en grandes centros urbanos. 2) organización del trabajo, guiado por el beneficio. 3) aplicación de la ciencia y la tecnología a la producción. 4) la aparición de antagonismos latentes o manifiestos entre empresarios y empleados. 5) desigualdades sociales. 6) un sistema económico basado en la libre empresa y en la competición abierta.

La sociedad tradicional frente a la capitalista pueden compararse siguiendo seis dimensiones: forma de propiedad, tecnología dominante, carácter de la fuerza de trabajo, medios de distribución económica, naturaleza de la ley, motivaciones dominantes.

 

Aspectos de la modernidad

Siguiendo a Kumar, debemos enumerar las características generales de la modernidad y después indicar sus repercusiones en diversas áreas de la vida más limitadas: la economía, la estratificación, la política, la cultura y la vida cotidiana.

El primer principio de la modernidad es el individualismo. Se entiende por esto la ascendencia del individuo humano en lugar de la tribu, el grupo o la nación.

El individuo es libre para moverse entre los colectivos sociales, de responsabilizarse de sus propias acciones, tanto de los éxitos como de los fracasos.

Diferenciación. Es más significativa en la espera del trabajo, donde aparece a través de gran número de ocupaciones y profesiones. Pero también se manifiesta en la esfera del consumo, donde hay una asombrosa variedad de opciones.

Racionalidad. Despersonalización del trabajo en las organizaciones e instituciones. Este es el motivo principal de la teoría weberiana de burocracia y la organización burocrática es considerada en general como una de las características centrales de la modernidad.

Economicismo o dominación de toda la vida social por actividades económicas. Desplaza a un segundo plano posibles preocupaciones alternativas por la familia o los parientes que dominaban las anteriores sociedades primitivas.

Expansión. La modernidad tiene una tendencia inherente a expandir su alcance y esto es lo que quiere decir el proceso de globalización.

La modernidad también se extiende con profundidad, alcanzando las esperas más privadas e íntimas de la vida cotidiana. (p.ej. las conductas religiosas, la vida sexual, etc.).

Así en el área económica que es central para todo el sistema se observa lo siguiente:

Velocidad y alcance sin precedentes en el crecimiento económico.

Cambio de los productos agrícolas a los industriales como sector central de la economía.

La concentración de la producción económica en las ciudades y en las aglomeraciones urbanas.

Aprovechamiento de fuentes no vivas de energía para reemplazar la fuerza humana y animal.

Eclosión de innovaciones tecnológicas que abarcan todas las esferas de la vida social.

Apertura de mercados de trabajo libre y competitivo con un margen de desempleo.

Concentración de trabajo en fabricas y grandes empresas industriales.

Este sistema remodela la estructura de clases y las jerarquías de estratificación de modo que:

La situación de propiedad y la posición en el mercado se convierten en los determinantes principales del estatus social (reemplazando a la edad, la etnia, el género, etc.).

Grandes segmentos de la población sufren el proceso de proletarización, se convierten en fuerza de trabajo no propietaria, obligada a vender su fuerza de trabajo como mercancía, sin participar en los beneficios que produce.

En el otro extremo, poderosos grupos de propietarios adquieren una riqueza considerable, por lo tanto las diferencias sociales se hacen más marcadas.

En el dominio político, los principales cambios incluyen:

El papel creciente del estado, que toma nuevas funciones al regular y coordinar la producción.

La difusión del imperio de la ley, que obliga tanto al estado como a los ciudadanos.

La creciente inclusividad de la ciudadanía, que proporciona categorías sociales más amplias, con derechos políticos y civiles.

La extensión de la organización burocrática racional, impersonal, como sistema dominante de gestión y administración de todas las áreas de la vida social.

Debemos el concepto de organización burocrática a Weber.

 

La personalidad moderna

La personalidad moderna puede tener un conjunto de los siguientes rasgos:

Predisposición a las experiencias nuevas y apertura hacía las innovaciones y el cambio.

Predisposición a formarse y a sostener opiniones sobre una gran cantidad de temas de naturaleza amplia, pública, a buscar pruebas que apoyen las opiniones, a reconocer la diversidad de las opiniones existentes o incluso a valorar tal diversidad de forma positiva.

Una orientación específica hacía el tiempo; énfasis en el presente y en el futuro en lugar de en el pasado, aceptación de horarios y puntualidad.

Eficacia.

Planificación, esto es, anticipación y organización de actividades futuras, dirigidas a fines asumidos tanto en el dominio privado como en el público.

El sentido de justicia distributiva, es decir, la creencia de que las recompensas deben estar de acuerdo con las reglas, en lugar de al capricho y de que la estructura de recompensas debe estar de acuerdo en la medida de lo posible con la pericia y la contribución relativa.

Interés y alta valoración de la educación formal y la escolarización.

Respeto por la dignidad de los otros, incluidos aquellos de estatus y poder inferior.

 

El desencantamiento con la modernidad

El s. XX, es a veces denominado la era de la modernidad triunfante. Hay una fe generalizada en la razón, en la tecnología y en la ciencia como salvaguardias del progreso. Pero pronto se hizo obvio que la modernidad daba lugar a consecuencias ambiguas.

En el s. XIX, se inicia la crítica de la sociedad industrial-capitalista y continua a lo largo del siglo XX.

Quizá el tema más persistente es introducido por Marx en su idea de la alienación. Marx creía que los individuos eran libres, creativos y sociales, pero abandonaron estas virtudes naturales cuando surgieron condiciones históricas que no daban oportunidad al ejercicio de la naturaleza humana. Estas condiciones fueron engendradas por las sociedades de clases, pero sobre todo por el capitalismo moderno, que convirtió a las personas en fragmentos dependientes de la maquinaria económica. Privado del control sobre su trabajo y sus productos, el trabajador se convirtió en alienado. El hombre solo puede recobrar todas sus potencialidades humanas, cuando la alienación sea cicatrizada y esto requiere el derrocamientos de todas las condiciones sociales que la han producido y el establecimiento de una sociedad sin clases.

Se vió que la alienación no solo se producía en el trabajo, sino en la política, la cultura, la educación, etc. El desalentador cuadro de la sociedad moderna al que se llega por esta vía alcanzó su apogeo con el trabajo de Erich Fromm y Marcuse.

Otra línea crítica fue la expuesta por Durkheim y su noción de anomía. Hay circunstancias históricas en las que las reglas culturales pierden su fuerza. Esta es la anomía, la falta de normas, en las que la gente queda abandonada sin guía, sintiéndose desarraigada y perdida. La sociedad moderna promueve la condición de la anomía.

Otra línea crítica discurre bajo la denominación de “sociedad de masas” o la decadencia de la comunidad. El énfasis radica en los efectos socialmente desintegradores de la industrialización, la urbanización y la democratización, tanto a nivel micro como macro.

Estos críticos afirman que en la sociedad moderna la gente ha perdido sus identidades individuales y ha comenzado a ser tratada como agregados anónimos. Las distinciones individuales y los lazos particulares hacía el grupo se difuminan o se ignoran. Los lazos interpersonales de la localidad común, de la etnia, la religión o de la clase son cortados, los individuos están solos y desarraigados.

Otra crítica es muy reciente y es la ecología. Numerosos autores se ocuparon del agotamiento de los recursos, de la destrucción del medio natural, e las repercusiones genéticas de la población humana. Algunos se ocuparon de los límites del crecimiento.

Hay una interpretación que sugiere la diferenciación creciente entre el norte opulento y el sur subdesarrollado como principal eje de tensiones y conflictos en el futuro.

 

Más allá de la modernidad

Las consecuencias ambivalentes de la modernidad, positivas y negativas, dan lugar a varios puntos de vista teóricos acerca del futuro de la sociedad. Uno de ellos está arraigado en el clima optimista y progresista de la sociología clásica y sigue la estructura del evolucionismo. Afirma que las tendencias presentes, la mayoría de ellas beneficiosas, continuarán en el futuro y que simplemente la modernidad evolucionará en la misma dirección alcanzando formas más maduras y perfectas.

Algunos autores sugieren un retorno a formas anteriores, tradicionales, de vida social, abandonados o destruidos por la modernidad.

Giddens sostiene que es prematuro hablar de postmodernidad. Dice que en lugar de entrar en un período de postmodernidad nos estamos moviendo hacía uno en el que las consecuencias de la modernidad se están haciendo más radicales y universales que nunca. Pero no es una simple continuación de tendencias anteriores, sino que aparecen fenómenos nuevos que remodelan el mundo contemporáneo y nos introducen en un universo nuevo.

Giddens comenta los rasgos de la alta modernidad bajo cuatro rótulos: confianza, riesgo, opacidad y globalización. La importancia de la confianza se deriva de la presencia en la vida moderna de sistemas abstractos cuyo funcionamiento no es transparente para la gente corriente pero de cuya fiabilidad depende la vida cotidiana, p.ej. el transporte, las comunicaciones, las organizaciones internacionales, etc.

El riesgo significa incertidumbre acera de las consecuencias de las acciones propias. Así surge la inevitabilidad de vivir con peligros que están fuera de control, no sólo de los individuos sino también de las organizaciones mayores, estados incluidos.

La globalización continua, es decir, las redes de las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales a lo largo del globo. Esto da como consecuencia la disminución del estado-nación.

Los lazos sociales más primordiales y las lealtades del grupo, durante mucho tiempo suprimidas por los estados-nación, tienen tendencia a reaparecer. Al mismo tiempo las relaciones sociales se expanden lateralmente, y como parte del mismo proceso, vemos el reforzamiento de las presiones a favor de la autonomía local y la identidad regional.

 

LA GLOBALIZACIÓN DE LA SOCIEDAD HUMANA

 

Del aislamiento a la globalización

Una de las tendencias históricas particularmente señaladas en la Era moderna es el movimiento hacia la globalización. Puede definirse como el conjunto de procesos que conducen a un mundo único. Las sociedades se vuelven interdependientes en todos los aspectos de su vida, político, económico y cultural. Ningún país es una isla autosuficiente. Numerosos sociólogos coinciden en que la sociología es sólo posible como sociología de la sociedad mundial.

La sociedad pasada ha contemplado un heterogéneo mosaico de unidades sociales aisladas, diversificadas y plurales. Había múltiples entidades políticas separadas como tribus, reinos, imperios, etc. Había economías interdependientes, cerradas y había culturas indígenas que conservaban su identidad única.

La sociedad presente muestra un cuadro completamente diferente. En el terreno político encontramos unidades supranacionales de diverso alcance: bloques políticos y militares, coaliciones, organizaciones internacionales, etc. También percibimos fragmentos de un gobierno mundial en evolución cuando algunas funciones de autoridad son ejercidas por agencias con competencia supranacional, p.ej. Parlamento Europeo, y hay una creciente homogeneización política.

Si hablamos del terreno económico, se puede observar el papel creciente de la coordinación y la integración supranacional, los acuerdos económicos, regionales y mundiales, la división global del trabajo y el creciente papel de las corporaciones multinacionales y supranacionales. Algunas operan desde sus oficinas nacionales y otras han perdido sus raíces nacionales y operan a lo largo del mundo, p.ej. Pepsi-Cola.

En el área de la cultura, contemplamos una progresiva homogeneización., Los medios de comunicación de masas y en especial la televisión, han convertido el mundo en una aldea global, donde todo el mundo está expuesto a las mismas experiencias culturales, unificando los gustos y preferencias. Los movimientos actuales de personas, las migraciones, el empleo temporal en el extranjero, el turismo, etc., proporcionan una familiarización directa, inmediata con modelos extranjeros.

Aparece un lenguaje global, el inglés. La tecnología de los ordenadores, refuerza otra unificación: los mismos programas son usados en todo el mundo como modelo común para la organización y procesamiento de los datos.

A partir de mediados del s. XX, la tendencia a la globalización, ha cambiado cualidad fundamental de los procesos históricos. Cualquier cosa que ocurre en cualquier lugar, tiene determinantes globales y repercusiones globales. Todos los procesos históricos tienen que ser estudiados en el contexto global.

 

Descripciones clásicas de la globalización

Hay tres descripciones teóricas de la globalización que ya pueden considerarse clásicas: la teoría del imperialismo, la teoría de la dependencia y la teoría del sistema mundial. Se ocupan principalmente de la esfera económica y están dirigidas a desentrañar los mecanismos de la explotación y la injusticia. Por tanto, tienen claras raíces marxistas y son de orientación izquierdista.

El imperialismo, es considerado el último estadio de la evolución del capitalismo, cuando la sobreproducción y las tasas descendentes de ganancia exigen medidas defensivas. La expansión imperial (conquista, colonización, control económico sobre otros países) es la estrategia del capitalismo para defenderse de su colapso inmediato. Sirve a tres fines económicos: obtener una fuerza de trabajo barata, adquirir materias primas baratas y abrir nuevos mercados para los productos excedentes. Como consecuencia el mundo se convierte en algo dividido: un limitado número de metrópolis capitalistas son vistas como explotadoras de la inmensa mayoría de las sociedades menos desarrolladas o subdesarrolladas. Como consecuencia hay un abismo entre países pobres y ricos que cada vez se agranda más.

La teoría de la dependencia, tiene sus orígenes en América Latina y refleja principalmente los problemas de América Latina. Está basada en el supuesto de que el subdesarrollo de los países hispanoamericanos, se debe no sólo a problemas internos, sino en gran medida a factores externos. A partir de aquí, apareció una teoría de dependencia más sofisticada que toma dos versiones ligeramente distintas: una es pesimista y la otra moderadamente esperanzadora.

Gunter Frank enunció una visión pesimista del subdesarrollo permanente e irreversible de América Latina, de la explotación y del atraso. Esto se debería a diversas razones. 1) Hay unas relaciones completamente asimétricas entre las metrópolis capitalistas (especialmente EEUU) y los satélites dependientes. Los recursos sociales son explotados, y  el producto excedente se lo apropia capital extranjero. 2) Este tipo de estructura económica permanente engendra un tipo particular de intereses creados en las elites (empresariales, políticas, etc.) del país dependiente. Llegan a establecer sus oportunidades de vida y de compra fuera de su propio país, en las metrópolis dominantes. De esta forma, las elites son puestas al servicio del capital extranjero, convirtiéndose en verdaderos ejecutores de sus planes y proyectos.

Como consecuencia de esto surge la cadena de la dependencia. Las elites locales no se preocupan de la obtención de soberanía económica. La única fuerza social potencialmente capaz de romper la cadena es la clase humilde.

Un cuadro ligeramente más optimista es el trazado por Fernando Cardoso. Afirma que el principal problema, es la falta de tecnología autónoma y de un sector desarrollado de bienes capitales.

La condición de dependencia produce algunos efectos colaterales involuntarios o de efecto boomerang. La inyección de inversiones extranjeras crea islas de alta desarrollo, empresas modernas en medio del atraso y el tradicionalismo y sirven como ejemplo: educan a una clase obrera capacitada, preparan a una clase empresarial local. Las motivaciones empresariales nacen y se extienden, surge lentamente una clase media local y comienza la acumulación de capital local.

Wallerstain bajo el nombre de “teoría del sistema mundial”, distingue tres estadios principales en la historia: el primero es el estadio de los minisistemas, unidades económicas autosuficientes, relativamente pequeñas dotadas de una división interna del trabajo y de una estructura cultural singular. Estos sistemas predominaban en la época de las sociedades horticultoras y agrícolas.

En segundo lugar los imperios mundiales: grandes entidades mucho más variadas que incorporan un número considerable de minisistemas. Estos se encuentran en economías agrícolas y tienen gobiernos militares y políticos fuertes, administración e impuestos. Estaban en permanente guerra y conquista imperial (China, Egipto, Roma, etc.).

La época de la economía mundial o del sistema mundial surge alrededor del s. XVI. En ese tiempo aparece el capitalismo como sistema económico dominante. El estado es apeado como agencia reguladora y coordinadora y es reemplazado por el mercado. La única función que tiene el Estado es salvaguardar la actividad económica, la libre empresa y las condiciones favorables para el comercio.

El sistema capitalista muestra un enorme potencial para la expansión. También dispone de poder político y recursos militares que le permiten extender su dominio. Los desarrollos en el transporte, la tecnología militar y las comunicaciones aceleran su avance a lo largo del mundo. La consecuencia es la desigualdad y la jerarquización de la sociedad global. Esta se diferencia en tres niveles: centrales, periféricos y semiperiféricos.

Partiendo del centro, las sociedades avanzadas de Europa Occidental, el capitalismo se extiende hacía la semiperiferia y periferia. En el s. XX, la totalidad del globo se va incorporando gradualmente a un único sistema de interdependencias.

 

Un enfoque reciente: la globalización de la cultura

Las formas de vida locales, las normas y los valores, las costumbres y los usos parecen marchitarse bajo el impacto de las instituciones modernas occidentales.

La sincronización cultural carece de precedentes históricos. La comercialización, mercantilización y masificación de la cultura, disminuye la calidad de los productos al mínimo denominador común y el resultado es una “no cultura” o un nuevo salvajismo. Pero también está la orientación opuesta. Intimamente ligado a la idea de modernización y a la de alcanzar a las sociedades más desarrolladas, está la predisposición a abrazar los modelos occidentales como medios para una emancipación social general o, al menos, como símbolos de avance civilizatorio.

Ulf Hannerz propone la teoría de la “ecumene”. Los flujos culturales dentro de la ecumene global no son simétricos o recíprocos. En su lugar la mayoría de ellos son unidireccionales, con una clara distinción entre el centro, en el que se originan los mensajes culturales y las periferias donde son adoptados. Las transferencias culturales de la periferia al centro están muy limitadas.

Hannerz dice que puede haber cuatro escenarios posibles de la unificación cultural. El primero, el escenario de la homogeneización global, contempla la disminución total de la cultura occidental, en el que el resto del mundo adopta los estilos de vida occidentales. Cualquier especificidad nativa desaparece bajo la presión de occidente.

 

El escenario de la corrupción periférica, señala una decadencia y distorsión de la cultura occidental en el curso de su adopción. El choque con la periferia distorsiona y corrompe valores superiores. Hay dos razones que explican esto: en la parte receptora, la falta de preparación cultural y de gustos sofisticados; en la parte emisora, la tendencia a vender los peores productos en los mercados periféricos.

El cuarto escenario es el escenario de la maduración. Implica más diálogo e intercambio entre iguales. Aquí aparece una fusión entre elementos indígenas e importados. La diversidad de culturas permanece, pero todas son enriquecidas por el impacto del centro.

El resultado ultimo es lo que Hannerz denomina mestizaje de la cultura. A lo largo de todo el mundo, las culturas muestran orígenes mixtos. Esto es producido por la continua interrelación entre el centro y la periferia.

 

 

LOS MOVIMIENTOS SOCIALES COMO FUERZAS DE CAMBIO

 

Los movimientos sociales entre los agentes del cambio

El cambio social es producido por distintos agentes, pero entre todos hay uno que en la época moderna se ha vuelto más relevante. Son los movimientos sociales, quizás las fuerzas de cambio más potentes de nuestra sociedad.

Muchos autores los ven como una de las formas principales a través de las cuales la sociedad se reconstruye e incluso llegan a afirmar que los movimientos de masas y el conflicto que general son los agentes primarios del cambio social.

Algunos cambios pueden originarse desde abajo, en las actividades realizadas por gente corriente, con diversos grados de cohesión, otros pueden originarse desde arriba, en las actividades de las elites poderosas (gobernantes, mandatarios, etc.) capaces de imponer sus preferencias sobre los otros miembros de la sociedad.

El resultado acumulado y combinado de las acciones dispersas individuales da como resultado tendencias que pueden dar lugar a movimientos sociales.

La tipología del cambio puede ser latente o manifiesta.

 

Definición de los movimientos sociales

Los movimientos sociales tienen que comprender los siguientes componentes:

Una colectividad de personas actuando conjuntamente.

El fin que persiguen es algún cambio en la sociedad y tiene que ser definido de forma parecida por los participantes.

La colectividad es difusa, con un nivel bajo de organización formal.

Las acciones tienen un grado relativamente alto de espontaneidad.

Los movimientos sociales se entienden como movimientos vagamente organizados que actúan de forma conjunta y de manera no institucionalizada, con el fin de producir cambio en su sociedad.

El cambio social en tanto fin de un movimiento puede significar distintas cosas. El objetivo puede ser positivo, introducir algo que falta (un nuevo gobierno, costumbres, leyes, etc.) o detener, evitar o contrarrestar los cambios resultantes (p.ej. el deterioro medioambiental, las tasas de nacimientos, etc.).

Los movimientos sociales pueden tener distintas categorías causales con respecto al cambio. El problema que entraña esta posición es que normalmente, para tener éxito, los movimientos sociales tienen que ocurrir en condiciones sociales favorables, han de encontrar una oportunidad favorable y solo son efectivos si se complementan con otros factores. Su presencia activa raramente es, si es que lo ha sido alguna vez, causa completa del cambio.

La tercera aclaración hace referencia al dominio en el que acontece el cambio provocado por un  movimiento social. Una parte considerable de los cambios producidos por el movimiento son cambios en el movimiento mismo (de sus miembros, su ideología, sus reglas, etc.). los movimientos sociales son peculiares por esta conexión mutua íntima entre los cambios externos e internos: cambian la sociedad, cambiándose a sí mismos en el proceso, y se cambian a sí mismos con el fin de cambiar la sociedad de la forma más efectiva.

 

Los movimientos sociales y la modernidad

Solo en los s. XIX Y XX, los movimientos sociales se han vuelto tan numerosos, tan masivos y con tantas consecuencias para el curso del cambio.

Hay diversas razones que explican lo sobresaliente y significativo de los movimientos sociales en el período moderno:

A primera vista se podría llamar el “tema Durkheniano”, las concentraciones de grandes masas de gente en un espacio limitado, lo que acontece con la urbanización y la industrialización y produce una gran densidad moral de la población. Esto hace que haya mejores oportunidades para el contacto y la interacción. En suma, las oportunidades de movilización de los movimientos sociales son elevadas significativamente.

La siguiente característica típica de la modernidad es el aislamiento de los individuos en la “multitud solitaria”. La experiencia de la alienación, de la soledad y de la falta de raíces.

El “tema marxiano” hace notar el crecimiento sin precedentes de las desigualdades sociales con jerarquías de riqueza, poder y prestigio que acompañan a la economía moderna capitalista. Esto produce una percepción de la opresión, la injusticia y la privación, lo que genera conflictos y hostilidades de grupo. La gente cuyos intereses creados están en peligro, está dispuesta a luchar contra aquellos que los amenazan.

El “tema weberiano” hace referencia a la transformación democrática del sistema político, abre paso a la acción colectiva de grandes masas de gente.

Otra característica podría ser denominada el “tema de Saint-Simon y Comte”, es el énfasis en la conquista, el control y manipulación de la realidad, inicialmente de la naturaleza pero eventualmente también de la sociedad humana. La creencia de que el cambio social y el progreso dependen de las acciones humanas, que la sociedad puede ser modelada por sus miembros para su propio beneficio.

La sociedad moderna ha experimentado una elevación cultural y educativa. La participación en los movimientos sociales demanda un cierto grado de conciencia, imaginación sensibilidad moral y preocupación por los asuntos públicos. La revolución educativa que acompaña la extensión del capitalismo y la democracia aumenta el cúmulo de miembros potenciales de movimientos sociales.

La característica final es la emergencia de medios de comunicación de masas. Amplían el horizonte de los ciudadanos más allá de su mundo personal hacía la experiencia de otros grupos, clases y naciones.

Esto tiene dos consecuencias: a) la apertura produce el “efecto demostración”, es decir, la oportunidad de comparar la propia vida con la vida de otras sociedades. La percepción de desventajas injustificadas y el sentimiento de privación relativa producen un trasfondo psicológico que facilita los movimientos sociales. B) a través de los medios de comunicación de masas, la gente aprende las creencias políticas, las actitudes y las quejas de otros. Este sentimiento de causa común y de solidaridad, es otra precondición para la aparición de movimientos sociales.

 

Tipos de movimientos sociales

Los movimientos sociales difieren en el alcance del cambio pretendido. Algunos tienen propósitos limitados. Denominamos a estos movimientos de reforma, p.ej. los movimientos pro y anti-aborto, que demandan determinados cambios en la legislación. Otros movimientos pretenden cambios más profundos que toquen los fundamentos de la organización social. A estos movimientos los denominamos radicales. En caso extremo, cuando los cambios pretendidos abarcan todos los aspectos centrales de una estructura social (políticos, económicos, culturales) hablamos de movimientos revolucionarios como el militarismo, el fascismo o el movimiento comunista.

Algunos movimientos sociales enfatizan las innovaciones, se esfuerzan en introducir nuevas instituciones, nuevas leyes, nuevas formas de vida. Es decir, quieren modelar la sociedad de acuerdo con un patrón nunca visto. Su orientación es hacía el futuro. Podemos denominarlos movimientos progresistas, p.ej. mov. republicano, progresista o de liberación de la mujer. Otros movimientos se dirigen al pasado. Buscan restaurar instituciones, leyes, formas de vida que ya fueron establecidas en el pasado, pero que fueron abandonadas en el curso de la historia. Los podemos llamar movimientos conservadores. La distinción entre movimientos progresistas y conservadores se puede alinear junto a la distinción política entre derecha e izquierda.

Los movimientos sociales difieren respecto a los objetivos del cambio pretendido. Algunos se centran en el cambio de las estructuras sociales, otros en cambiar a los individuos. Los movimientos orientados hacía la estructura toman dos formas: a) los movimientos sociopolíticos que intentan cambiar la política, la economía y las jerarquías de clase y estratificación. B) los movimientos socioculturales, que se ocupan del cambio de creencias, los valores, las normas, etc. Los movimientos cuyos objetivos son los individuos, adoptan dos formas: a) los movimientos sagrados, místicos o religiosos que luchan por la redención de sus miembros y por el renacimientos del espíritu religioso y b) la variante laica que busca el bienestar personal moral o físico de sus miembros. Algunos movimientos buscan el cambio en la modificación de las estructuras y otros en la modificación de las personas.

Los movimientos sociales difieren con respecto a la estrategia de acción. En algunos su intención primera es el control político. Cuando tiene éxito, el movimiento se convierte en un grupo de presión o un partido político, acceden a los parlamentos y los gobiernos. El Partido Verde en Alemania p.ej. Otros movimientos se encaminan a la afirmación de la identidad, a lograr la aceptación de sus valores o formas de vida, p.ej. grupos étnicos, feministas, gays.

Distintos tipos de movimientos dominan en distintas épocas históricas. Los movimientos que dominaban en las primeras fases de la modernidad estaban centrados en intereses económicos, los sindicatos, los movimientos de trabajadores, etc. En épocas recientes las sociedades capitalistas más desarrolladas son testigos de la emergencia de otro tipo de movimiento son “los nuevos movimientos sociales” p.ej. movimientos ecologistas, por la paz o los feministas. Se centran en los nuevos problemas sociales. Estos movimientos están más interesados por temas culturales que tienen que ver con la autonomía individual. Sus seguidores no están relacionados con ninguna clase específica sino que saltan por encima de las divisiones de clase tradicionales, representan problemas de vital importancia para miembros de clases distintas. Los nuevos movimientos sociales están descentralizados y toman la forma de redes extensas en lugar de organizaciones jerárquicas y rígidas.

 

Dinámicas internas de los movimientos sociales

En la dinámica interna de los movimientos sociales, se pueden distinguir cuatro estadios principales: orígenes, movilización, elaboración estructural y terminación.

Todos los movimientos sociales se originan en unas condiciones históricas específicas. La estructura preexistente modela su ideología y su visión de futuro. El horizonte ideológico de una sociedad dada siempre está preestablecido. Según la teoría marxista, las fuentes del futuro, al igual que la fuente de cualquier idea, ha de estar en el pasado.

Las normas, los valores, las instituciones, etc., son criticadas y desafiadas. Algunos movimientos se centran en las normas, considerándolas como medios ineficientes e inadecuados.

Las desigualdades preexistentes, las jerarquías de riqueza, poder y prestigio, son el primer factor que motiva la movilización. Las diferencias jerárquicas producen tensiones entre la población, lo que motiva a la gente para que se una a los movimientos de protesta y reforma. Las condiciones y las tensiones son necesarias pero no suficientes para generar un movimiento. Tiene que haber una conciencia social. La gente afectada por las tensiones debe desarrollar cierta conciencia de su condición, una conciencia ideológica común. Entonces, muy a menudo, un suceso relativamente insignificante juega el papel de factor precipitador.

Un suceso precipitador inicia la fase de movilización. Las primeras personas que se unen a la movilización son aquellas que están más afectadas, las que tienen una conciencia más aguda y las de mayor sensibilidad hacía los problemas centrales del movimiento. Tales personas se unen al movimiento por convicción y lo consideran como un instrumento para conseguir los cambios sociales deseados.

Los diversos procesos dentro del movimiento no se producen necesariamente con armonía. Recalcar demasiado los lazos personales, las lealtades privadas entre los miembros del movimiento genera conflicto. La diferencia de oportunidades entre los miembros, los distintos intereses, a veces conducen a que el programa inicial del movimiento pase a un segundo plano.

El último estadio de los movimientos sociales es su terminación. Hay 2 posibilidades: una optimista, el movimiento vence y por lo tanto pierde su razón de ser, desmovilizándose y disolviéndose. La otra pesimista, el movimiento no vence sino que es suprimido y derrotado.

 

Dinámicas externas de los movimientos sociales

Aquí de lo que se habla es del movimiento social en la sociedad y en particular su papel en las transformaciones estructurales.

Normalmente para introducir innovaciones estructurales, el movimiento ha de derribar o al menos debilitar las estructuras existentes. Sólo después pueden empezar los esfuerzos constructivos.

Hay dos modelos tradicionalmente opuestos de la sociedad, que están relacionados con dos enfoques opuestos en el estudio de los movimientos sociales. El primer modelo da importancia a la movilización de los actores: los movimientos sociales surgen desde abajo, cuando el descontento y la frustración de las poblaciones humanas exceden de un determinado límite: los movimientos sociales vistos como estallidos espontáneos de conducta colectiva y sólo más tarde se dotan de liderazgo, organización e ideología. Otra versión es que el movimiento social es considerado como una acción colectiva intencionada. El movimiento es controlado por líderes e ideólogos en un intento por alcanzar fines específicos. Los movimientos estallan cuando las condiciones, circunstancias y situaciones lo permiten.

 

LAS REVOLUCIONES: LA CUMBRE DEL CAMBIO SOCIAL

 

La revolución como forma de cambio

Las revoluciones son las manifestaciones más espectaculares del cambio social. Señalan rupturas fundamentales en el proceso histórico, dan nueva forma a la sociedad humana desde dentro y remodelan a la gente. No dejan nada como antes, cierran épocas y abren otras nuevas. Con las revoluciones, las sociedades y sus miembros parecen revitalizarse. En este sentido, las revoluciones son signos de salud social.

En comparación con otras formas de cambio social, las revoluciones se distinguen por 5 rasgos: 1) Producen cambios del más vasto alcance, tocando todos los niveles de la sociedad: la economía, la política, la cultura, la vida cotidiana, etc. 2) En todas estas áreas, los cambios son radicales. 3) Los cambios son muy rápidos. 4) Provocan reacciones tanto emocionales como intelectuales en los participantes y los testigos: entusiasmo, excitación, la recuperación del sentido de la vida.

Las grandes revoluciones, la francesa, la americana y la inglesa, dieron paso a la modernidad. La revolución rusa y la china iniciaron el período comunista y las revoluciones anticomunistas de Europa central y oriental lo clausuraron. Por lo tanto, las grandes revoluciones parecen íntimamente conectadas con la modernidad.

 

La idea de revolución: una ojeada a la historia

El concepto de revolución en su forma moderna es relativamente joven. El término apareció en el s. XIV, pero con un significado mucho más general. En aquel tiempo significaba movimiento circular, dar vueltas. En el s. XVII, el término fue adoptado por la filosofía política. Significó cambio cíclico de gobernantes o de elites políticas en los estados emergentes.

No es hasta el s. XVIII, con la revolución francesa, cuando el concepto moderno de revolución toma forma. Empieza a ser usado para la descripción de rupturas sociales. El s. XIX con su optimismo ilimitado por la expansión de la modernidad (industrialismo, urbanismo, capitalismo) fue también la edad de oro de la revolución que dominó tanto el pensamiento cotidiano como la teoría social y política. La sociedad era vista como sometida a un cambio necesario y progresivo, guiada por la razón y por la historia, siempre para mejor, hacía un orden futuro ideal. Las revoluciones eran consideradas inevitables.

El mito de la revolución comienza a desmoronarse y quebrarse en el s. XX, la era de la modernidad decadente. Por alguna ironía, las revoluciones nunca terminan en lo que soñaron los revolucionarios, sino en todo lo contrario, dando lugar a más injusticias, desigualdad, opresión y explotación.

 

El concepto moderno de revolución

El concepto sociológico de revolución, denota movimientos de masas de utilizan o que amenazan usar la coacción y la violencia contra los gobernantes con propósito de forzar cambios básicos y duraderos en sus sociedades.

Parece existir un consenso sobre los conceptos básicos del término revolución. (1) las revoluciones se refieren a cambios fundamentales, generales, que afectan al núcleo mismo del orden social. En este sentido, las reformas de las leyes, la administración, el reemplazo de gobiernos, etc., no cuentan como revoluciones. (2) las revoluciones implican grandes masas de gente movilizada y actuando dentro de un movimiento revolucionario. Los casos más característicos implican revueltas campesinas y levantamientos urbanos. Incluso los cambios más profundos, si son impuestos desde arriba por los gobernantes no contarán como revoluciones, p.ej. la perestroika de Gorbachov. (3) la mayoría de los autores parecen creer que las revoluciones implican necesariamente violencia y coacción.

Este último punto es rebatible a la vista de la evidencia histórica de movimientos “revolucionarios” básicamente no violentos, sorprendentemente eficaces y de largo alcance como el gandhismo de la India o movimientos sociales en la Europa central y del este, que forzaron la caída del comunismo p.ej. la revolución política de Solidaridad. Los observadores contemporáneos han denominado estos últimos casos como revolucionarios.

 

El curso de la revolución

Las revoluciones conocidas históricamente son muy variadas, la inglesa, la americana, la francesa, la rusa, etc.

Las primeras descripciones sociológicas de la revolución, intentaron establecer determinadas uniformidades entre las revoluciones. Se considera que todas tienen una serie de secuencias típicas:

Se ha dicho que todas las revoluciones son precedidas de una situación típica conocida como preámbulo revolucionario. La intensificación del descontento, de las quejas, de los desordenes debido a crisis económicas y fiscales. Estos cambios son experimentados de forma más dolorosa por las clases sociales en ascenso, en lugar de por los más oprimidos.

El siguiente nivel es el de las lealtades entre los intelectuales: la difusión de la crítica, los debates sobre la reforma, p.ej. a la Revolución Francesa, Voltaire, Rousseau, Diderot, etc., todos ellos dirigieron su ingenio contra la iglesia y el estado.

La creciente incapacidad del estado para gobernar, da como consecuencia una parálisis del estado. Esto da a los revolucionarios la posibilidad de tomar el poder.

El antiguo régimen se colapsa y se produce una euforia tras la victoria.

Las divisiones internas comienzan a aparecer entre los revolucionarios victoriosos.

Comienza el estadio del terror cuando los radicales intentan reforzar el orden y eliminar el antiguo régimen. La agitación social que sigue, proporciona a los dictadores y a los líderes militares la oportunidad de tomar el poder.

 

Principales teorías de la revolución

Hay cuatro escuelas importantes en la teoría de la revolución: conductista, psicológica, estructural y política.

La primera teoría moderna de la revolución fue propuesta por Sorokin en 1925. Su teoría puede considerarse como un ejemplo del enfoque conductista puesto que se centra en la “perversión revolucionaria del comportamiento de los individuos” y busca la causa de tal perversión en el dominio de las necesidades o instintos humanos básicos. La revolución está marcada por cambios fundamentales en el comportamiento humano típico.

Una represión excesivamente fuerte de los instintos más importantes, o la represión de un gran número de ellos son indispensables para producir un estallido revolucionario. Es necesario que la represión se extienda a la gran mayoría de la población.

Las revoluciones, sin embargo, no solucionan los problemas de los instintos suprimidos. Todo lo contrario: el caos revolucionario incrementa la dificultad de satisfacer las necesidades básicas. La gente comienza a implorar orden y tranquilidad.

Las teorías psicológicas se centran los motivos y las actitudes. Las revoluciones son causadas por un doloroso síndrome mental que se extiende sobre la población agravado porque afecta a mucha gente y que motiva una lucha colectiva para aliviarlo.

El concepto de privación relativa es la diferencia entre la situación deseada y la intensidad con la que se siente dicha privación, en otras palabras, es la discrepancia entre los bienes y las condiciones de vida que la gente cree que tiene derecho, y los que esperan obtener realmente, dados los medios sociales a su disposición.

La privación relativa solamente nace cuando comienzan a cuestionarse las condiciones existentes, cuando comienzan a definir lo que en justicia deberían tener y a percibir la diferencia entre lo que deberían tener y lo que tienen. La experiencia está íntimamente relacionada con la percepción de la injusticia, que surge de la comparación.

Las revoluciones ocurren con mayor probabilidad cuando un período prolongado de desarrollo económico y social es seguido por un período de recesión

En las llamadas teorías estructurales, las revoluciones son el resultado de tensiones estructurales y de las relaciones entre los ciudadanos y el estado. Las causas de las revoluciones han de buscarse en el nivel social, en el contexto de las relaciones de clase y de grupo, en lugar de en las cabezas de los ciudadanos, en sus mentalidades o en sus actitudes. Theda Skockpol compara las revoluciones francesa, rusa y china y proporciona una descripción estructural general de las causas, así como de sus cursos y resultados. “Es la ruptura de la capacidad represiva de un estado anteriormente unificado, lo que crea finalmente las condiciones de la revolución. Las revoluciones se consuman por completo una vez que las nuevas organizaciones del estado, administraciones y ejércitos son asumidas por la población.

Las teorías políticas consideran las revoluciones como fenómenos inherentemente políticos, que surgen de procesos que acontecen exclusivamente en el dominio político. Son variaciones del proceso político normal en el que diversos grupos intentan realizar sus fines ganando poder.