El viernes 18 de noviembre, por la mañana, el arzobispo presidió la celebración de la liturgia del oficio divino, con el presbiterio del centro de México.

Se oró y se cantó el oficio de Laudes y de Hora Intermedia, se hicieron las lecturas bíblicas y hubo tiempo para el silencio y la oración personal.

Después del desayuno, el arzobispo dirigió la segunda parte del retiro, la cual versó en torno al sentido de la liturgia y la sacramentalidad, desde la perspectiva ortodoxa.

Se tuvo tiempo para intercambiar puntos de vista, perspectivas, así como para plantear ciertas posturas acerca de lo que implica vivir la sacramentalidad y la posible relación con la religiosidad popular.

Al final de la mañana, se celebró una breve reunión de los presbíteros del centro de México, para planificar las visitas futuras del arzobispo a la región.

Dado que quienes viven en en el Estado de México y quienes están en Oaxaca tendrán una organización civil, administrativa e incluso pastoral, se determinó solamente que el arzobispo visitará dos veces por año, pero lo que se haga en cada zona será planificado en la zona específica.

Poco después del mediodía, comenzaron las celebraciones litúrgicas. Se inició con la liturgia de lectura de la Sagrada Escritura, después de haber confesado los pecados.

El arzobispo hizo énfasis en la urgencia de dejar que la fuerza del Espíritu Santo llegue y transforme la vida de cada quien, especialmente generando una identificación y compromiso con la identidad de la Iglesia y el testimonio ministerial.

Seguidamente, el arzobispo presidió la celebración de la divina liturgia, la cual fue concelebrada por los seis presbíteros que estaban participando en el encuentro.

El arzobispo recordó que la Eucaristía constituye el sentido y la fuente de vida del ministerio ordenado y animó a vivirla con profundidad y a celebrarla con asiduidad.

Finalmente, aunque en forma breve, los presbíteros compatieron brevemente entre sí, antes de partir para los lugares de misión.

El arzobispo recordó la urgencia de que, aunque se ha tenido una reorganización, sin embargo, tiene que prevalecer el sentido de comunión entre todos.

El sábado 19 de noviembre, por la mañana, acompañado de los padres Dionicio Montiel y Carlos Aguilar, el arzobispo llegó hasta la comunidad de El Ajusco, Ciudad de México.

Después de una calurosa bienvenida, el arzobispo comenzó las celebraciones litúrgicas, con la administración del sacramento de la reconciliación para quienes desearon recibirlo.

Dentro de las celebraciones litúrgicas, se administraron los sacramentos de la iniciación cristiana a seis miembros de la comunidad de Ajusco, la cual, después de una serie de desafíos, se ha reorganizado recientemente.

Hubo varios niños que recibieron los sacramentos: Tiago, Eduardo, Vanessa y Tadeo. Pero también dos adultos, una madre y su hijo, Berenice y Alan.

También dentro del marco de las celebraciones litúrgicas, fue presentado el niño Enrique, para que se le administrara el sacramento de la crismación.

El niño se mostró muy dispuesto a asumir los compromisos que conlleva la crismación y participó en toda la ceremonia con una profunda devoción.

También fueron presentados, un grupo de jóvenes y adultos, así como otro de niños, para hacer la comunión solemne.

El arzobispo oró por ellos, les explicó el sentido del sacramento que recibirían y les exhortóa tratar de perseverar en la fe y en la vida en el Espíritu Santo en todo momento.

Finalmente, el arzobispo presidió la celebración de la divina liturgia para los hermanos de la comunidad de El Ajusco, de la Ciudad de México.

Concelebraron con el arzobispo los padres Dionisio y Carlos y todo el pueblo de Dios participó con gran devoción y provecho.

Cuando terminaron las celebraciones litúrgicas, el arzobispo tuvo un breve encuentro con el nuevo consejo pastoral de la comunidad, el cual manifestó su disponibilidad a trabajar con entusiasmo y fidelidad.

También hubo tiempo para encontrarse con los hermanos de la comunidad, saludarles, compartir sus inquietudes y tomarse numerosas fotos con quienes lo quisieron.

El encuentro en el Ajusco concluyó con un tiempo en el que todos los fieles tuvieron la oportunidad de compartir entre ellos y con el arzobispo y los presbíteros.

Los hermanos expresaron su profunda alegría por la forma en que se está trabajando y reiteraron su compromiso a perseverar en la participación en la vida de la iglesia.

El sábado 19, por la tarde, el arzobispo llegó hasta el templo de la Natividad de la Bienaventurada Virgen María, ubicado en Las Bombas, Ciudad de México.

A pesar de ser un templo pequeño, cuenta con una comunidad de miembros estable y, por lo mismo, después de haber llenado todos los requisitos establecidos, el arzobispo creó la Parroquia de La Natividad de la Virgen María, de la cual harán parte, por el momento, las demás comunidades que atiende el padre Dionisio.

Después de la creación de la parroquia, comenzaron las celebraciones litúrgicas, las cuales fueron presididas por el arzobispo y concelebradas por los padres Dionisio y Carlos.

Se dio inicio con la administración del sacramento de la reconciliación, después de que los hermanos hicieron la confesión comunitaria de sus pecados.

También, dentro del marco de las celebraciones litúrgicas, se administró la confirmación y el envío misionero al hermano Álvaro, cuya abuela es la ministro de la comunión de la comunidad de las Bombas.

El confirmado expresó con claridad la disponibilidad que tiene de perseverar en la fe y de tratar de dar testimonio en la misma, en todos los ambientes.

Las actividades litúrgicas culminaron con la celebración de la divina liturgia, presidida por el arzobispo y concelebrada por los padres Dionisio Montiel, párroco local y Carlos Aguilar.

Los hermanos participaron con gran devoción, aunque, debido a que se está organizando la catequesis para preparar a la primera reconciliación y a la comunión solemne, un buen número de niños no pudieron participar en la comunión sacramental.

Como sucede habitualmente, bajo el liderazgo del padre Dionisio, las hermanas de la comunidad, prepararon todo lo necesario para poder tener un tiempo de compartir fraterno.

Se puede constatar la estabilidad que tiene la comunidad parroquial, así como la participación activa y comprometida de todos los miembros que estaban presentes.